sábado, 6 de noviembre de 2010

El nuevo hombre del Renacimiento

Es digno de admirar lo apañados que son nuestros políticos. Lo mismo valen para un roto que para un descosido. Una verdad como un templo que viene avalada por el último bandazo del presidente Zapatero, desesperado por darle un lavado de cara al gobierno ante la que está cayendo y con la vista puesta -como no- en las próximas elecciones, en las que mucho me temo, besará la lona.
Los retoques ministeriales han sido considerables pero lo que más me llama la atención de estos movimientos, que por otra parte todos los gobiernos realizan, es la facilidad con la que cambian las carteras de mano entre los mismos miembros del ejecutivo, simulando a esos trileros de las Ramblas que timan a los guiris. ¿Dónde está la carterita?
Y ahí es donde voy. Me parece perfecto que un especialista en tal o cual materia ocupe el ministerio correspondiente, pero eso de pasar por arte de magia, de Sanidad a Cultura y al año siguiente a Exteriores es una tomadura de pelo y un insulto a la inteligencia de los ciudadanos, aunque a la mayoría tanto les dé mientras su equipo de fútbol gane el domingo. Pero a mí, qué quieren que les diga, me toca la fibra irascible, ésa que cada vez más se me va encabronando ante el cachondeo en el que vivimos.
Dos ejemplos ilustrativos que muestran la facilidad con la que se obtiene y a la vez se abandona este cargo son los de Elena Salgado y Trinidad Jiménez.
Elena Salgado, ingeniera industrial, es la máxima esencia de la polivalencia política, una todoterreno que ha ocupado tres ministerios en seis años: Sanidad, Administraciones Públicas y Economía. Ya ven ustedes, tres temáticas tan similares como un huevo a una castaña.
El segundo caso es el de Trinidad Jiménez, licenciada en Derecho, que empezó ocupando el Ministerio de Sanidad durante algo más de un año hasta que tomó la decisión de presentarse como opción revulsiva a la presidencia de la Comunidad de Madrid, con el firme apoyo del presidente Zapatero. No contaba, sin embargo, con la persistente presencia de Tomás Gómez como contrincante en las primarias socialistas, una mosca cojonera en las filas del PSOE que consiguió llevarse el gato al agua y arrebatarle la victoria en las urnas. No fue ésta su primera derrota electoral, ya que en 2003 tampoco consiguió vencer a Alberto Ruiz Gallardón en su lucha por la alcaldía de Madrid. ¿Pero qué importa otro tropiezo profesional en esta España que premia la mediocridad? Ante su segundo fracaso en tierras madrileñas, se vió recompensada con una nueva cartera en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Comprueben que no es necesario tener unos estudios acordes al puesto de responsabilidad que se ocupa, como tampoco lo es haber llevado una trayectoria política sembrada de fracasos electorales y falta de confianza por parte de los ciudadanos. Lo importante es estar en el lugar adecuado y en el momento preciso, tener un buen padrino y ser leal al aparato de partido, y lo demás son milongas y cuentos chinos. La ficticia polivalencia de nuestros políticos se aprende con unos cuantos cursillos intensivos del ámbito ministerial en cuestión, y a correr. Un buen sueldo como ministro y un coche oficial bien lo valen.
Podemos afirmar con gran emoción y orgullo patrio que el político español se ha convertido en el nuevo hombre del Renacimiento y es tal su actividad y capacidad para tocar todos los palos que se le pongan por delante, que ha conseguido dejar a la altura del betún a grandes genios universales como Da Vinci o Rafaello. Esos eran unos aficionados.

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