sábado, 30 de octubre de 2010

La crisis agudiza el ingenio, o no

La historia que hoy les voy a contar es para mear y no echar gota, oigan. Yo creía -inocente de mí- que ya lo había visto todo en lo referente a la estupidez humana y a la gilipollez más absoluta, pero este caso me ha demostrado que no. Me vengo a enterar a estas alturas que con un poco de entrenamiento diario se puede llegar a ser más tonto que ayer pero menos que mañana, en este país donde la competencia en el ámbito gilipollístico es infinita ya que tenemos el índice más elevado de imbéciles por quilómetro cuadrado de Europa, y si me apuran, del mundo.
Leí la noticia en el periódico y créanme que todavía no salgo de mi asombro. Les juro que me pinchan y no echo sangre. Resulta que el otro día detuvieron a un matrimonio en la bonita y pintoresca población de Morón de la Frontera, provincia de Sevilla, por un delito contra la salud pública, es decir, expresándolo con palabras más asiduamente utilizadas por el pueblo llano y soberano: por vender coca.
Hasta ahí todo perfecto, otra de tantas detenciones por hacer negocio con la venta de sustancias prohibidas. Lo curioso del asunto, lo humorístico del tema -si no se tratara de algo tan serio- es que en esta ocasión la policía no tuvo que realizar seguimientos a los sospechosos, ni pinchar teléfonos, ni tirar de confidentes. Nada de eso. No fue necesario porque la feliz pareja se dedicaba a repartir octavillas por el municipio promocionando la venta de su producto estrella. Tal y como lo oyen. Sólo les faltó anunciarlo en la radio y la televisión, a los muy ineptos.
En los flyers que entregaban al personal podía leerse el siguiente texto: "Descuento de cinco euros por cada gramo de coca que me compres. El Arrebato de Morón, en la calle Zaharillas, 35", acompañado por la fotografía de un billete de cinco euros, por si quedaba alguna duda. Toma ya, con dos cojones, mote y dirección.
Sus deseos de expandir el negocio familiar les llevó a anunciarse para poder abarcar mercado más allá de su edificio, de su calle y de su barrio con esta genial e innovadora idea, nunca jamás antes vista. Con un pequeño problema, eso sí, la venta de cocaína es un delito y está penalizado, fíjate tú qué cosas, oye. Pero claro, las criaturas a lo mejor lo desconocían, o quizás pensaron que como en este país hay más mangantes que personas honradas, tal vez nadie iba a reparar en sus transacciones, tan ocupada como está hoy en día la policía con el terrorismo, la corrupción urbanística, la violencia machista, el top manta y la puta que nos parió. "¿Quién va a fijarse en nosotros, simples artesanos del corte y la distribución?" debieron cavilar sus prodigiosas mentes ante tal panorama.
Puede que también cayeran en la cuenta de que viven en España y aquí la impunidad campa a sus anchas, por lo que en el supuesto que les trincaran, entrarían por una puerta y saldrían por la otra, y mañana Dios dirá. Lo comido por lo servido.
La verdad, no sé en qué coño estarían pensando este par de linces, pero desde luego, este tipo de episodios sólo pueden pasar en nuestro país, lo cual me ha hecho recordar un chiste muy antiguo sobre la dictadura de Franco que casualmente leí hace poco en un escrito de Pérez-Reverte, y que decía: España una, porqué si hubiera dos, todos nos iríamos a la otra.

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