sábado, 12 de marzo de 2011

Caminos de ida y vuelta

Hará ya un par de semanas volvió a cruzarse en mi camino una película de hace algunos años que me conmovió profundamente y que plasma lo que fue la emigración española en los sesenta. También muestra las diferentes maneras desde las que se puede abordar el fenómeno migratorio, tan manipulado de forma maniqueista en estas tierras. Su título es Un franco, 14 pesetas y se la recomiendo fervientemente a todos aquellos que aún no la hayan visto.
Cuenta la historia de un padre de familia que se ve obligado a emigrar a Suiza debido a la crisis que se vivía en nuestro país en aquellos años, y lo hace desde una perspectiva crítica ante todos los tópicos que a base de repetirse quedan instalados en nuestro imaginario colectivo. Lugares comunes que no por afirmar una y mil veces pasan a ser ciertos.
La famosa frase que tantas veces he oído en mi entorno de que como en España no se vive en ningún sitio -también reflejada en la película- se derrumba ante la evidencia de que realmente para muchos españoles fue más dura la vuelta a su tierra que la marcha de ella. Reencontrarse con un país que vivía con veinticinco años de retraso respecto al resto de Europa en ámbitos como la libertad o la educación, no fue fácil para muchos de ellos. Sin embargo, lo que más me llama la atención es que cincuenta años después seguimos siendo el mismo pueblo estúpido y autocomplaciente que no aprende de sus errores ni de sus experiencias.
Siendo un país de emigrantes, tanto en los años de guerra y posguerra -a paises sudamericanos como Venezuela, Argentina, Uruguay o Méjico- como en los años sesenta -a zonas como Alemania o Suiza- nuestra actual situación de nuevo rico nos ha llevado a olvidar de un plumazo todas aquellas historias de sufrimiento, nostalgia y temor a lo desconocido que millones de españoles tuvieron que vivir en sus carnes, en busca de un mejor futuro para ellos y sus familias. Nuestra mala memoria selectiva en este tema nos lleva hoy en día a renegar de todos aquellos que vienen a España con el único fin de labrarse un porvenir ante la falta de oportunidades en sus paises de origen. Ante esta situación, nuestros políticos, en lugar de dar ejemplo y promover la empatía, el entendimiento y el respeto por todos aquellos que realizan un trayecto que ya hicimos nosotros anteriormente, avivan el fuego del miedo al diferente, del odio al extranjero, del blindaje de fronteras en un mundo globalizado que no debería entender de nacionalidades.
La película también muestra nuestro carácter como pueblo, la idiosincracia cainita y envidiosa que nos caracteriza y lo poco amplios de miras que éramos entonces y seguimos siendo ahora, en este hipócrita país en donde según las encuestas nadie es racista pero prefiere no tener a un negro como vecino o a un moro como compañero de trabajo.
Ante la actual crisis, mucha gente está optando por abandonar el país y buscar fortuna más allá de nuestras fronteras. Curiosamente la historia se repite y vuelve a ser Alemania el destino de muchos de ellos, debido a la demanda por parte del país germano de jóvenes con formación cualificada. Parece que no nos queremos dar cuenta de que el fenómeno migratorio es cíclico y que hoy lo sufre usted pero mañana me puede tocar a mí -de nuevo- y volvemos a tropezar con la piedra del egoismo, la estupidez y la falta de sensibilidad.
Lo hablaba el otro día con mi amigo Diego, todo es cuestión de educación. Y ahí es donde radica el problema, en que ésta brilla por su ausencia entre los Pirineos y el estrecho. Es nuestro sino, la marca que durante siglos llevamos tatuada en la piel y que a menudo me hace abandonar toda esperanza y llegar a la conclusión de que no aprenderemos nunca.