domingo, 28 de noviembre de 2010

Como dijo Descartes

Dicen los expertos en la materia que la información es poder y por tanto no seré yo quien ponga en tela de juicio tal afirmación, pero en este mundo globalizado que nos devora hemos llegado a un empacho tan indigesto de información que incluso podemos saber a tiempo real a qué temperatura está cocinando los fideos la abuela nonagenaria de una pequeña aldea al norte de Shangai. Tal punto de saturación informativa hemos alcanzado que nos han llegado a sobrepasar los acontecimientos y ya no somos capaces de distinguir la abultada linea que separa el informar del cantar como un canario y hacerle, de esta manera, un flaco favor a la seguridad de todos los ciudadanos.
Hay casos en los que la desinformación debería ser obligada e impuesta desde las más altas estancias, y me explico. Hace unas semanas, un tipo -ex militante de Al-Qaeda, arrepentido hasta de haber hecho la peregrinación a la Meca- se entregó a las autoridades de Arabia Saudí, pegó un chivatazo de los que hacen afición y evitó que varios paquetes bomba estallaran en aviones con destino a Estados Unidos. Pues bien, a las pocas horas, a través de la cadena británica BBC ya sabíamos el nombre del fulano -Jabr al-Faifi- y su careto había salido en todos los periódicos y televisiones del mundo. Ahora a ver quién tiene los huevos de decirle a otro primo de éstos que se arrepienta y pegue el soplo, o que se infiltre en alguna de esas organizaciones. Por aquí. Ni harto de anís del mono, vamos. Lo más suave que le puede responder al valiente que tan sólo se atreva a insinuárselo es que se va a infiltrar su puta madre.
A estas horas, el amigo Jabr estará tan acongojado que no podrá salir a la calle sin mirar de reojo al doblar las esquinas ni osará subirse a un coche sin comprobar previamente los bajos. Por no hablar de la familia que dejó en su tierra que seguramente pagará las consecuencias de sus actos traicioneros. Y es que ya lo dijo Descartes, confieso, luego pringo, o algo así.
En España, que de terrorismo sabemos un rato largo tras cincuenta años soportando la violencia indiscriminada de la banda terrorista ETA -o como diría Aznar, movimiento de liberación vasco- el panorama es exactamente el mismo, aunque con un ligero matiz. Si en el caso del chivato de Al-Qaeda quien destapó el asunto fueron periodistas de la BBC, en nuestro país son los propios políticos los que ponen la noticia en bandeja de plata, con pelos y señales. No es suficiente convocar una rueda de prensa para informar que se ha detenido en un pueblo del País Vasco francés al Mikel o al Patxi de turno, y hasta aquí puedo leer, señores, por el bien de la seguridad nacional.
Así es como procedería un país serio pero recuerdo que estoy hablando de España, por si alguien ha perdido el hilo. En nuestro país, el Ministro del Interior, ya sea pepero, socialista o mediopensionista nos diseccionará los detalles y las circunstancias de la detención para demostrar que en cuestión de transparencia no nos gana ni Dios, que somos los más democráticos, los más altos y los más guapos. Todo sea para que luego nadie nos tilde de opacos, censores o secuestradores de la información. Son capaces de destripar todos y cada uno de los secretos que deberían ser de Estado. Nos cuentan con todo lujo de detalles que la detención fue a las veinte horas, dieciseis minutos en un cibercafé con el que dieron tras comprobar los pagos de una tarjeta de crédito cuyo número fue encontrado en el disco duro del ordenador de un etarra detenido el mes pasado. Nos sigue narrando el ministro con entusiastas pormenores que el detenido fue el autor del atentado fallido con coche bomba del año 2006 en Villaconejos de Arriba, que se logró abortar gracias a un policía de paisano al que le resultó sospechoso que no se correspondiera la antigüedad del modelo del vehículo con las letras de su matrícula.
Y digo yo, una cosa es ser terrorista y la otra ser gilipollas. Los terroristas también leen los periódicos y ven el telediario como todo hijo de vecino, y me imagino que la próxima vez se emplearán más a fondo en borrar el rastro de sus ordenadores, en no utilizar tarjetas de crédito para efectuar sus pagos o en establecer una relación entre el coche suministrado y la matrícula falsa que le aplican.
Pero claro, para el señor ministro debe ser más importante colgarse la medallita, explicar lo eficaces y profesionales que somos en este país y salir al día siguiente en todos los periódicos. Hay que joderse lo que les gusta a esta gente salir en la foto, y a los ciudadanos mientras tanto que nos vayan dando, ya sea en versión coche bomba o tiro en la nuca, que total, de algo hay que morir.

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