viernes, 23 de marzo de 2012

Carlos, el tupamaro

Hace unas cuantas noches conocí a uno de esos tipos que merece la pena conocer, y lo hice en el lugar necesario para que las conversaciones surjan, fluyan y se desarrollen, dejando paso a otras que guardan la vez pacientemente. Como habrán imaginado, fue en la barra de un bar donde conocí a Carlos.
A primera vista tiene aspecto de tipo duro, curtido en mil batallas, de esos con los que es mejor no jugarse las habichuelas. Gabardina de cuero estilo matrix, chaleco, guantes -también de cuero- con tachuelas, dejando los dedos al aire. Carlos es un cincuentón de barba poblada aunque bien cuidada, dentadura impoluta, gafas de pasta negra y sien plateada por los años y las historias, algunas de las cuales tuve el placer de escuchar en aquella noche sin prisas.
La suya es una historia como la de tantos otros que tuvieron que dejar su país para salvar la dignidad y ante todo, salvar la vida. Combatiente tupamaro en su Uruguay natal, no le quedó otra opción que emigrar a la Argentina y desde ahí cruzar el charco con destino a Suiza. Demasiado tiempo el que ha pasado alejado de los suyos, a pesar de lo cual ha sido capaz de sacar fuerzas en los momentos duros y no desperdiciar todos esos años de nostalgia en el exilio, labrándose un futuro a base de estudio y esfuerzo hasta llegar a convertirse en un profesional de la enfermería.
Y ahí es cuando uno piensa en las vueltas que es capaz de dar la vida y en los caminos por los que ésta nos conduce, unas veces por simple azar y otras como consecuencia de un firme convencimiento en llegar al objetivo marcado. Pienso también en los amigos que están lejos y en los que están cerca aunque con la mente puesta en una posible huida de este país sin oportunidades, al igual que pienso inevitablemente en mi familia uruguaya que cruzó un océano para extrañar eternamente su paisito y nunca más ser de aquí ni de allá. Pienso en definitiva en tantas personas que a estas alturas ni siquiera intuyen dónde acabarán en la búsqueda de su lugar en el mundo.
Esta crisis nos ahoga y en ocasiones nos deprime, pero también nos abre los ojos para hacernos ver que existen otras realidades y que la senda que otros antes se plantearon con más dudas que certezas también puede abrirse para cualquiera de nosotros, quizás esta vez no para salvar la vida como Carlos, pero sí para sembrar un poco de esperanza en nuestras vidas manipuladas por este mundo que tiñe de gris los sueños. No dejemos que ese gris desemboque en el negro. No dejemos de buscar nuestro camino. No dejemos de soñar.