lunes, 18 de febrero de 2013

Tranvía Shore

Una de las cosas que más me enervan en mi rutinario día a día es el hecho de perder el tranvía en las narices y ver cerrarse como un relámpago esa maléfica puerta mientras el conductor ya está deseando volar sobre los metálicos railes hacia su siguiente parada. Ante tal hecho, a uno sólo le queda la opción de sentarse y esperar el próximo tranvía, lo cual conlleva perder diez minutos que en realidad pueden ser aprovechados para leer el periódico o echarle un ojo al correo electrónico a través del teléfono móvil. Sin embargo, personalmente prefiero acogerme a una antigua tradición muy española en general y mediterránea en particular como es la de contemplar a la gente en su tránsito continuo de aquí para allá. ¿O acaso quién no se ha sentado en la terraza de un bar sin otro cometido que el de tomarse una caña viendo pasar la vida? Yo lo confieso y defiendo dicha actividad como excusa para contemplar la heterogeneidad de la sociedad en la que vivimos, para ver en definitiva a gente variopinta que en muchas ocasiones merecería la pena conocer.
El caso que les voy a exponer no entraría dentro de esta categoría pero igualmente comprenderán que desahogue con ustedes los hechos acaecidos. La cuestión es que llevaba ya unos minutos en esa dulce espera, contemplando al personal desde un asiento del andén, cuando se sentaron junto a mí dos jóvenes que no tendrían más de veinte años. Para más señas, se trataba de una chica a la que a partir de ahora llamaremos La Jenny, que venía acompañada de un amigo al que si a ustedes les parece bien llamaremos El Nano.
Desde el primer instante captaron mi atención. Fue un flechazo inmediato que provocó que no tuviera ojos ni oidos para nadie más que ellos. La Jenny llevaba la voz cantante y en su incontinencia verbal, en la que le contaba a El Nano auténticas perlas sobre una amiga común, llegó a soltar más tacos en cinco minutos que yo en todo un mes. Me hipnotizaban sus aspavientos, su tono de voz desmesurado y su lenguaje soez, sin embargo, lo que me enamoró de La Jenny fue aquel repentino giro de cuello que precedió al lanzamiento de un enorme escupitajo del tamaño del pantano de Sau, que salió de aquella boquita como un potro desbocado hacia el asfalto. Todos los presentes, primeramente nos lanzamos miradas de asombro, buscando la reprobación mútua, e instante seguido acabamos buscando los ojos de La Jenny, para en el fondo agradecerle que hubiera evitado acompañar su delicado gesto con el típico gargajo previo que suele revolver el estómago. No hubo tiempo de cruzar nuestras miradas debido a que el siguiente tranvía hizo acto de presencia para impedir ese mágico momento.
Si lo piensan friamente, La Jenny y El Nano eran considerados hace un tiempo como un estereotipo gracioso, incluso entrañable si me lo permiten. Los típicos poligoneros que salían en Callejeros y que te hacían esbozar una sonrisa de incredulidad desde la comodidad del sofá de casa. El problema es que hoy en día aquel personaje atípico se ha convertido en un patético molde cada vez más masivo y recurrente, en una fotocopia de la fotocopia de aquellos que les marcaron el camino.
Uno se rodea en su día a día de amigos, familiares y compañeros de trabajo educados, capaces de desarrollar frases inteligibles y que hacen gala del respeto adecuado hacia sus semejantes, pero al final te das cuenta de que existe otra realidad paralela, muchas veces invisible a nuestros ojos.
La televisión de baja calidad, grosera y chabacana que triunfa en nuestro país no hace más que aumentar el número de fieles a la causa poligonera y macarra con programas como Gandía Shore, Mujeres y Hombres y Viceversa o Gran Hermano, que dan rienda suelta a la creación de personajes cuyo único mérito es ser ordinarios, maleducados, incultos y tener menos luces que un cuarto oscuro. Ése es el modelo a seguir por muchos de nuestros jóvenes que ven en estos formatos televisivos la llave para alcanzar el éxito fácil, aunque éste sea irremediablemente fugaz. Las pretensiones de estos chavales ya no son las de llegar algún día a ser bomberos, periodistas, médicos e incluso futbolistas, sino que lo que más desean en el mundo es ser famosos, una palabra tan desvirtuada en los tiempos que corren que da añoranza recordar su significado original. Cuando yo era pequeño la gente consideraba famosas a aquellas personas conocidas por desarrollar algún tipo de mérito personal o profesional, sin embargo en la televisión actual el máximo mérito para alcanzar la fama es acostarse con cualquier tipejo o tipeja del tres al cuarto para ir a a contarlo el próximo viernes en el Salvame Deluxe y posteriormente ganarse una portada en pelotas en el Interviú.
Quizá estoy siendo muy duro con ellos, con gente como La Jenny y El Nano que lo único que pretenden es ganarse la vida sin hacerle daño a nadie. Quizá no sea nada fácil pertenecer a la llamada Generación Ni-Ni -aquellos que ni estudian ni trabajan- que está abocada al fracaso más estrepitoso al no poseer ni preparación ni experiencia laboral. Quizá la culpa no sea sólo suya por lanzar la toalla y abandonarse a lo que el cruel destino pueda depararles en el futuro, ni de sus padres por no haberles inculcado la filosofía del mérito y el esfuerzo para conseguir las cosas. Quizá es que desde las instituciones no se les da más alternativa que lanzarse al vacío del último cartucho que creen tener ante sus ojos: entrar en Gran Hermano y hacer bolos por las discotecas de moda hasta convertirse en juguetes rotos.
Lo que está claro es que desde el ministerio de educación y desde el ministerio de trabajo no se lo están poniendo nada fácil, ni a La Jenny, ni a El Nano, ni a ningún otro joven de nuestro país. El señor José Ignacio Wert -ministro de educación- con su política de recortes y con el incremento abusivo de las tasas universitarias, lo único que está consiguiendo es dificultar el acceso a la educación hasta convertirla en un privilegio al alcance de tan sólo algunos pocos. Por su lado, la señora Fátima Báñez -ministra de trabajo- con su ineficaz e injusta reforma laboral bajo el brazo y con sus recortes en políticas activas de empleo está llevando al país a un callejón sin salida y a que la tasa de paro juvenil en España haya alcanzado la escandalosa cifra del 57%.
Me pregunto si no será ése su plan. Hacer de gente como La Jenny y El Nano la carne de cañón de este estado del malestar, crear ciudadanos sin educación, manejables a su antojo, que piensen lo justo como para no llegar jamás a alzar la voz contra los que dirigen el cotarro y hacer de las nuevas generaciones robots que consuman mucho y discrepen poco.
Me pregunto si ese maléfico plan contempla también la educación clasista -tan sólo para quien se la pueda pagar- como una criba natural para que la próxima generación que alcance el poder sea la de su clase privilegiada, la de su casta alimentada por el egoísmo, la insolidaridad y la defensa de una carencia de oportunidades para todos.
Lo único que le puedo decir a La Jenny, a El Nano y a todos los jóvenes como ellos es que no se rindan tan pronto, que no bajen los brazos, que no tiren por el camino fácil, que lean y se cultiven, que piensen por ellos mismos, que sean críticos con el poder establecido, que luchen contra aquellos que desde un despacho les dicen lo que pueden y lo que no pueden hacer y que saquen esa mala leche de la que tanto presumen en ocasiones para defender sus derechos y su futuro. En el fondo, todos deberíamos hacerlo porque otro país es posible y así debemos exigírselo a aquellos que nos están llevando a la deriva más oscura y tenebrosa. Ya es hora de decir basta.

miércoles, 6 de febrero de 2013

¿Papá, por qué somos españoles?

Supongo que recordarán aquel conocido a la par que brillante anuncio de televisión de hace ya algunos años, ideado por los publicistas del Atlético de Madrid con el fin de captar socios para el club, en el que un niño le preguntaba a su padre: ¿Papá, por qué somos del Atleti? Pues a mí, últimamente, al contemplar los innumerables casos de corrupción que sacuden nuestro país a diario, se me queda la misma cara de tonto que a ese padre sin palabras ni argumentos ante la pregunta de su hijo. Me imagino entonces a ese niño y a ese padre viendo juntos el informativo a la hora de comer o escuchando las noticias en la radio del coche y sin duda, la pregunta que aquel chaval con cara de espabilado le haría ahora a su progenitor sería: ¿Papá, por qué somos españoles?
La indignación y el artazgo entre los ciudadanos ha llegado ya a límites insospechados ante tanta tomadura de pelo y la gota que ha colmado el vaso de la mala leche que tanto tiempo lleva adormecida en este país cainita al que ya no reconozco, ha sido la bomba informativa publicada por El País y El Mundo, conocida ya como el "caso Bárcenas". ¿Pero qué les voy a contar que no hayan oído ya? Luís Bárcenas, extesorero del Partido Popular, un tipo alto y con buena planta, enamorado de los deportes invernales como el esquí o el alpinismo que practicaba en Suiza, motivo por el cual -según el propio Bárcenas- viajaba regularmente al país helvético. Pero resulta ser que no. Parece que el amor del señor Bárcenas por el país del chocolate y las montañas no provenía de sus formidables pistas de esquí ni de sus altos picos sino del dinero que durante sus 20 años como tesorero del Partido Popular almacenó en una cuenta que llegó a ascender a 22 millones de euros.
El escándalo ha sido mayúsculo en la opinión pública española y desde el preciso instante en que El Mundo destapó la noticia el pasado 17 de Enero hasta el día de hoy, no ha hecho más que aumentar sus dimensiones, creando -permítanme el símil que me viene al pelo- una enorme bola de nieve alimentada por los nuevos datos que han ido apareciendo. Datos como que el señor Bárcenas, a través de una sociedad, se acogió meses antes a la famosa reforma fiscal del ministro Montoro y gracias a la cual pudo regularizar -o blanquear si les parece más oportuna la expresión- la nada despreciable cifra de 11 millones de euros.
Pero el verdadero torpedo en la linea de flotación del Partido Popular fue lanzado por el diario El País en su portada del pasado 31 de Enero, en la que se destapaba el pago de sobresueldos en dinero negro a los dirigentes del partido como práctica generalizada desde el año 1990 y en los que estaba presuntamente involucrada toda la cúpula del partido, incluído el mismísimo presidente del gobierno, Mariano Rajoy.
Con el escándalo Bárcenas en boca de todo el mundo y después de varios días sin una mísera declaración por parte del presidente del gobierno -como ya nos tiene acostumbrados, por otra parte- el pasado sábado Rajoy compareció al fin en la reunión extraordinaria del Comité Ejecutivo Nacional del partido para dar las explicaciones pertinentes sobre los papeles del extesorero, eso sí, sin admitir preguntas por parte de los periodistas, que tuvieron que ver la comparecencia del presidente a través de un monitor y recluidos en una sala. Parece que ésa es la transparencia de la que hace gala nuestro gobierno. En lo referente a las palabras de Rajoy, nada nuevo que no esperásemos de antemano: su defensa fue negarlo todo, rescatar la siempre recurrente idea de la conspiración contra su partido y prometer la publicación en la página web de Moncloa de su patrimonio y su declaración de la renta, como si en ella fuésemos a descubrir ese dinero en B que presuntamente cobró en sobresueldos. Toda una parafernalia que ya no inspira ninguna confianza ni credibilidad entre los ciudadanos. ¿O acaso ustedes creerían a un tipo que no ha cumplido ninguna de sus promesas electorales, a un tipo que dijo que nunca subiría el IVA y lo subió, a un tipo que dijo que la sanidad y la educación eran intocables y metió la tijera indiscriminadamente, a un tipo, en definitiva, que se caracteriza por su descrédito y su falta de palabra?
Ante la situación en la que está inmerso, a Mariano Rajoy sólo le quedan dos opciones: querellarse contra el señor Bárcenas -lo cual a estas horas no se ha producido todavía- o presentar su dimisión inmediata y convocar elecciones anticipadas, aunque para eso hay que tener algo de lo que carece: determinación y agallas. Por lo pronto, lo único que ha hecho el Partido Popular ha sido vetar las iniciativas parlamentarias que pedían la comparecencia del presidente y la creación de una comisión de investigación en el congreso.
Ante este sinsentido, lo que me pide el cuerpo es volar bien lejos de este puñetero país, convertido en una gran cueva de Alí Babá en la que la mierda sale a borbotones, impregnando con su olor nauseabundo a un gran porcentaje de aquellos que habitan en las alcantarillas del poder, ya sean políticos, empresarios, banqueros o miembros de la familia real.
Llegados a este punto es cuando yo también me hago aquella pregunta que el niño del Atleti le haría hoy en día a su padre. ¿Por qué somos españoles? La respuesta, más allá de la obvia conclusión de haber nacido en esta tierra, es difícil de responder cuando a uno le entran unas ganas incontrolables de nacionalizarse danés -tienen el índice de corrupción más bajo del mundo-, francés -son una república laica con todas las letras y con algunas medidas sociales envidiables-, islandés -es digna de admiración la forma que tuvieron de plantar cara a los bancos y negarse a cubrir sus pérdidas-, o incluso finlandés -tienen un sistema educativo formidable-.
Puede ser que en definitiva tengamos aquello que nos merecemos dada nuestra historia, nuestra escasa cultura democrática, nuestra resignación ante el atropello constante por parte de la clase política votada en las urnas y nuestro eterno bipartidismo como única solución a los desmanes del partido de turno que alcanza el poder, sin ver más allá de las narices de los dos grandes.
Durante las próximas semanas veremos cómo acaba todo esto, pero ya les adelanto que unos se tirarán a la yugular del gobierno para alcanzar sus intereses de llegar al poder a toda costa y los otros lo negarán todo y venderán a su madre si es preciso para no perder la poltrona que tanto les ha costado alcanzar tras años lamiendo culos y siendo fieles a la dictadura del partido. Lo que también les aseguro es que aquí no va a dimitir ni dios. En este país, tomar esa honrosa decisión por el bien general de los ciudadanos es de peleles y tal como he visto escrito en alguna ocasión, los políticos españoles creen que dimitir es un nombre ruso. Al menos aún nos queda la guasa, aunque a veces, maldita la gracia que nos hace.

sábado, 19 de enero de 2013

Comparaciones odiosas

A estas horas David Reboredo continúa en prisión. Su historia es como la de tantos otros jóvenes que allá por los años ochenta cayeron en el infierno de la droga. El caballo atrapó sin piedad a muchos miembros de una generación que se enfrentaba sin ningún tipo de límite a la mayor explosión de libertad vivida jamás en España. Algunos ya no están para contarlo pero David salió del profundo agujero de la droga para hacerse al fin con esa etiqueta de extoxicómano rehabilitado que esta sociedad te cuelga y recuerda de por vida. También, como muchos otros, tuvo una recaída en esa adicción que nunca abandona su idea de sembrar el camino de tentaciones y en 2009 fue detenido por posesión de medio gramo de heroína.
El pasado 5 de Diciembre ingresó en prisión, condenado a una pena de siete años por sus errores del pasado, a pesar de que lleva ya tres años desintoxicado y colabora en diversos centros de ayuda a los drogodependientes, desarrollando un trabajo social encomiable como es el de ofrecer su auxilio y experiencia a otras personas para evitar que caigan en el mismo profundo agujero que a él tantos años le costó abandonar. Diversas organizaciones sociales, sindicatos e incluso clubes deportivos como el Celta de Vigo se han sumado a la petición de que se le conceda a David -una persona totalmente reinsertada en la sociedad- el indulto que merece y que el Gobierno ya le ha denegado en dos ocasiones.
¿Pero qué criterio tiene en cuenta el ejecutivo para llevar a cabo un indulto en España? Sinceramente, no sabría responder a la pregunta que acabo de formularles porque ni éste ni ningún otro gobierno están obligados a argumentar las razones de dichos actos de gracia amparándose en una ley de 1870 nada más y nada menos, miren ustedes si ha llovido. Y si dicen que las comparaciones son odiosas, no les quiero ni contar lo tremendamente odiosas que resultan cuando se trata el espinoso tema de los indultos dictados por los últimos presidentes de este país en el que la justicia ya no sólo es ciega sino también sorda y muda.
Si les parece comenzaremos por el expresidente Aznar, que durante sus dos legislaturas se convirtió en un verdadero amante de los indultos, en un killer en el area del perdón penitenciario elegido a dedo, llegando a convertirse hasta la fecha en el presidente español que más número de penas ha indultado. Fueron un total de 5.916, entre las que destacan como más polémicas las concedidas a Rafael Vera -exsecretario de estado- y José Barrionuevo -exministro de Defensa- condenados por su participación en los GAL y por el secuestro de Segundo Marey, o el del exjuez Javier Gómez de Liaño, condenado por prevaricación. El expresidente Zapatero también le cogió el gusto al asunto y sumó durante sus ocho años en Moncloa 3.226 indultos, de los cuales, sin duda alguna, el que más escoció entre sus votantes fue el de Alfredo Sáez, consejero delegado del Banco Santander y mano derecha de Emilio Botín, condenado por denuncia falsa cuando presidía Banesto. Este caso fue más sangrante todavía si se tiene en cuenta que el indulto fue concedido tras las elecciones del 20N -sobre la bocina si me permiten el símil baloncestístico- cuando Zapatero presidía aquel gobierno en funciones a punto de dejar el poder tras ser barrido en las urnas por un Mariano Rajoy que a día de hoy, un año después de su llegada a la presidencia, ya suma la sorprendente cifra de casi 500 indultos. Un año en el que hemos asistido impávidos a indultos escandalosos como el de los cuatro Mossos d'Esquadra condenados por torturas o el de Josep María Servitge -exalto cargo de Unió Democrática de Catalunya- condenado por desvío de fondos públicos o el de los dos militares condenados por falsificación documental en el caso Yak-42, del que curiosamente, Federico Trillo -exministro de Defensa- salió indemne.
Como les decía, hemos asistido a muchas barbaridades cometidas por políticos con vocación de justicieros, sin embargo, deteniéndonos con detalle en el último indulto realizado por el Consejo de Ministros -publicado en el BOE el pasado 5 de Enero- es cuando realmente uno se da cuenta de la arbitrariedad con la que actúan y de las diferentes varas de medir que aplican en sus decisiones. Este último indulto del que les hablo ha sido concedido a Ramón Jorge Ríos Salgado, condenado a trece años de prisión por matar a un hombre en 2003 cuando conducía su vehículo a gran velocidad y en sentido contrario por la autopista A-7, y al cual se le ha conmutado la pena por dos años de multa a seis euros por día, sin que de nada hayan servido los informes contrarios de la Audiencia Provincial de Valencia ni de la Fiscalía. Eso es lo que vale la vida de ese chico para nuestros gobernantes. Después, cuando la prensa ha rascado un poco en la superficialidad de un indulto aparentemente incomprensible -sobretodo para los familiares del fallecido- resulta ser que uno de los hijos del ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, trabaja en el bufete de abogados que defendió al kamikaze homicida indultado, que además fue defendido por el hermano de Ignacio Astarloa, diputado del PP. ¿Casualidad? Permítanme que les diga que ya hace mucho tiempo dejé de creer en ellas.
Resulta inquietante, sospechoso y sumamente indignante el trato desigual que el Consejo de Ministros aplica con su sentido atrofiado de la justicia, convertida desde hace muchos años en otro sinsentido de este país corrupto y canalla. Es lamentable el desprecio absoluto que demuestran no ya sólo por la ley y las decisiones judiciales, sino también por los ciudadanos, que asistimos incrédulos a un goteo incesante de favores políticos y de un hoy por ti y mañana por mí que parece no tener límites ni vergüenza.
Viendo el panorama, me vienen a la cabeza aquellas palabras pronunciadas por el rey Juan Carlos en su discurso de navidad de hace poco más de un año en las que defendía que todas las personas somos iguales ante la ley. Quizá el monarca, con su campechanismo por bandera, debería hacerle una visita a David Reboredo y explicárselo en persona, mirándole fijamente a los ojos sin que se le caiga la cara de vergüenza, aunque mucho me temo que a David no le haría ni puñetera gracia escuchar más sandeces pronunciadas de cara a la galería. En fin, visto lo visto, sólo me queda enviarle a David todo mi ánimo desde esta humilde ventana al mundo y desearle que al fin se haga justicia.

jueves, 10 de enero de 2013

El coleccionista de cargos

Suelen aparecer de forma masiva en los kioskos y librerías de toda España hacia el mes de Septiembre, después del descanso estival, como queriéndonos decir "ahora que estáis relajados os vais a enterar". Puede que a mucha gente les resulten objetos inútiles, estrambóticos e incluso enseres destinados a una pandilla de descerebrados, pero si cada año hacen acto de presencia en los anuncios de todas las cadenas de televisión será porque es un producto rentable. Sí, les hablo de las colecciones, ya saben, dedales de porcelana, abanicos, buques legendarios de la Segunda Guerra Mundial, coches de época o instrumentos musicales en miniatura.
En este país somos muy propensos al coleccionismo de todo tipo de objetos estúpidos, pero después de ver la noticia estrella de la pasada semana, ha nacido un nuevo tipo de coleccionismo cuyo máximo exponente es el señor Rodrigo Rato, que se ha convertido en -hágase un breve silencio y un redoble de tambores- el Coleccionista de Cargos.
Su última adquisición ha sido el cargo de asesor externo para Telefónica en sus consejos de Europa y Latinoamérica, fichaje que la multinacional española justifica debido a la extensa trayectoria y experiencia del señor Rato. Pues bien, ya que estamos, repasemos esa extensa trayectoria que se inicia en el período comprendido entre 1996 y 2004, durante el cual fue nombrado Ministro de Economia y Vicepresidente del Gobierno del Partido Popular liderado por un José María Aznar que en aquella época hablaba catalán en la intimidad. Fue durante estos años cuando Rato y sus colegas llevaron a cabo un sin fin de privatizaciones entre las cuales, sin duda alguna, las más sonadas fueron las de Repsol, Endesa y -cómo no-, Telefónica, que quedó en manos de Juan Villalonga, amigo personal de Rato y Aznar, con quien llegó a compartir pupitre en su infancia.
Tras este período bautizado como "el milagro económico español" en el que se fraguó la futura burbuja inmobiliaria y en el que el expresidente Aznar presumía de construir más viviendas que Francia, Italia y Alemania juntas, nuestro coleccionista de cargos pasó a un estatus superior, ni más ni menos que a director del Fondo Monetario Internacional durante los años 2004 a 2007. No he encontrado mejor manera para definir el paso de Rato por este organismo internacional que remitirme a un informe interno del FMI redactado en 2011, en el cual se realiza una brutal crítica a la actuación del organismo en estos años, destacando el hecho de que hubieran tres directores en tan breve espacio de tiempo -Rato fue su cabeza visible entre Junio de 2004 y Noviembre de 2007- y señalando que se vivió una burbuja de optimismo mientras se gestaba la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión.
Como recompensa a su inconmensurable labor al frente del FMI y a su gran visión económica de futuro, ya en 2010 Rato fue nombrado director de Bankia. No me dirán ustedes que no es una guinda fantástica para coronar su insaciable colección de cargos. Pero esta vez nada fue como el gran visionario español de nuestro tiempo esperaba y las cosas comenzaron a torcerse con demasiada rapidez, obligándole las circunstancias a presentar su dimisión justamente unos días antes de la intervención de la entidad bancaria. Algunos dirán que huyó ante la que se le venía encima, pero esa pronta huída no le sirvió esta vez para evitar dar explicaciones y comparecer en la Audiencia Nacional el pasado mes de Diciembre, imputado en el caso Bankia que investiga irregularidades en su salida a bolsa, falsificación de cuentas y apropiación indebida.
Y así, imputado en un proceso judicial, llegamos de nuevo a la actualidad y a su nombramiento como asesor de Telefónica, impulsado por el presidente de este gigante de las comunicaciones: César Alierta. ¿Qué relación creen ustedes que mantienen Rato y Alierta? Piensen un poco... Pues sí, están en lo cierto. Les une una amistad que ya se cultivaba en aquel lejano 1996, año de la victoria del Partido Popular en unas elecciones marcadas por el famoso latiguillo de "Márchese, señor González". Resulta que en ese bendito año, el señor Alierta, actual presidente de Telefónica, fue nombrado presidente de Tabacalera, y ya saben que los amigos de verdad son generosos entre ellos y sobretodo agradecidos a los favores del pasado. Alierta paga de esta forma su deuda pendiente con creces y nos demuestra una vez más cual es la política de empresa de este mastodonte llamado Telefónica que algún día no tan lejano llegó a ser pública. Y digo una vez más porque les puedo citar casos hasta llegar a aburrirles, aunque aún así correré el riesgo. Por las altas esferas de Telefónica han pasado personajes de la talla de Eduardo Zaplana (peso pesado del PP en la época Aznar y expresidente de la Comunidad Valenciana), Javier de Paz (exsecretario general de las joventudes socialistas y amigo personal del expresidente Zapatero), Narcís Serra (exvicepresidente del gobierno del PSOE en la época de Felipe González), Alberto Aza y José Fernando Almansa (exjefes de la casa del Rey), Alfredo Timmerman (exjefe de gabinete del expresidente Aznar), Iván Rosa (abogado y esposo de la actual vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáez de Santamaría), Paloma Villa (esposa del diputado socialista Eduardo Medina) y por último, cómo no citar al fichaje estrella en su momento, la madre de todas las contrataciones Telefonísticas: por supuesto, les hablo del gran Iñaki Urdangarín (Duque de Palma, yerno del Rey Juan Carlos I e imputado en el caso Noos). ¿Casualidad quizás? Júzguenlo ustedes mismos pero mi olfato de sabueso me dice que Mariano Rajoy ya se está relamiendo ante el chollo que le espera cuando abandone la Moncloa.
En los próximos años, el señor Rato seguramente continuará mamando de la teta del poder e incrementando su ya dilatada colección de cargos imposibles, quién sabe, pero estoy convencido de que en un futuro lejano, cuando nuestros jóvenes estudien la historia de España de principios del siglo XXI, Rodrigo Rato será uno de esos personajes identificados como un ejemplo de todos los errores que se cometieron en una época lejana para ellos pero que nosotros vivimos hoy en nuestra piel con sufrimiento e impotencia. Será recordado como uno de tantos hombres sin talento alguno que a pesar de ello llegaron a regir los destinos de una nación que quedó hipotecada de por vida. Será recordado al fin y al cabo, como un vendedor de humo y como el gran mesías del efervescente e irreal milagro económico español.
Ante tal panorama de enchufismo, amiguismo y pago de favores políticos a mano rota que hemos contemplado en Telefónica en los últimos tiempos, ¿qué podemos hacer nosotros, los ciudadanos? Pues así, a bote pronto, ser consecuentes con nuestros valores e ideales, y llevar a cabo una de las escasas desobediencias civiles que nos permite este sistema capitalista: castigar como usuarios a aquellas empresas que lo merezcan, es decir, abandonar el paraguas de sus servicios y buscar cobijo en alguna otra que nos ofrezca garantías morales y una cobertura ética. Parece difícil de encontrar en los tiempos que corren, cuando lo único que parece importar es el dinero y los beneficios, pero sin duda existen otras alternativas de las que almenos no tengamos que avergonzarnos.
Al contrario de lo que hacen otros, yo les aconsejo que coleccionen principios, dignidad, rebeldía y mala leche para afrontar lo que gente como Rato nos tienen preparado para el futuro. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa nos queda?

domingo, 6 de enero de 2013

Historia de un espejismo

Creemos que otra forma de gobernar es posible y desde esa idea vamos a trabajar. Entendemos la política como un servicio público. Nos debemos a nuestros vecinos y no a la inversa. Es nuestra obligación, y así lo haremos, trabajar por el bien común de nuestro pueblo, atendiendo sus necesidades y solucionando sus problemas.
Estas palabras fueron pronunciadas en Junio de 2011 por Elena Biurrun en el pleno de su investidura como alcaldesa del municipio madrileño de Torrelodones. Y ahora les voy a explicar por qué le dedico a ella y a su partido local mi primer artículo de este recién estrenado 2013.
A finales del pasado año, un amigo que es fiel seguidor de este modesto blog me dijo que ya estaba bien, que me dejara de malos rollos y me dedicara a buscar una noticia positiva de la que hablar, al menos una. Pues bien, la tengo. Ha pasado más de un año y medio desde que se pronunciaran las palabras con las que he iniciado mi exposición y es por tanto un buen momento para recapitular las medidas que se han adoptado en el municipio de Torrelodones -situado a 29 Km de Madrid- tras la llegada a la alcaldía del partido "Vecinos por Torrelodones" con su compromiso por la transparencia, la participación ciudadana y la lucha contra la corrupción, acabando con 24 años consecutivos de gobierno del Partido Popular. Dicho partido vecinal, sin políticos profesionales en sus filas, se formó hace siete años como una plataforma contra la construcción en el pueblo de una gran urbanización con campo de golf, proyecto impulsado por el anterior gobierno. En su primera participación en unas elecciones, con esa oposición a la esmentada operación de especulación inmobiliaria como bandera, obtuvieron unos resultados sorprendentes, alcanzando el 23% de los votos y situándose como segunda fuerza política, pero fue ya en 2011 cuando se hicieron con la alcaldía obteniendo un total de 9 concejales y ascendiendo hasta el 37% del total de votos.
La nueva alcaldesa Elena Biurrun y su equipo de gobierno llevaron a cabo entonces una serie de medidas que, visto lo visto en el panorama nacional, nos parecen de otro mundo cuando en realidad no deberían extrañarnos en una democracia justa y transparente. Pero ya saben, la justicia y la transparencia en nuestra democracia ni están ni se las espera. Entre esas medidas insólitas me gustaría destacar algunas como la bajada de sueldos de un 20% de la alcaldesa y su equipo de gobierno, la eliminación de cargos políticos de confianza y asesores, el establecimiento de un compromiso de transparencia según el cual todos los sueldos municipales están colgados en la web del ayuntamiento para consulta pública, el recorte de gastos prescindibles como fotocopias, comidas protocolarias o aperitivos, la eliminación de la grua municipal, la furgoneta de atestados de la policía y el coche oficial del alcalde -con chófer incluido-, la renegociación de los contratos con las empresas de basura, limpieza y otros servicios urbanos, y por último la puesta al día con el pago a proveedores que se establece en torno a los 30-35 días. No se asombrarán entonces si les digo que el ayuntamiento tuvo el pasado año un superávit de 5,4 millones de euros.
Ante la evidencia, podemos afirmar sin medias tintas que otra manera de gobernar es posible, que basta ya de excusas, de herencias recibidas y de realidades que obligan a tomar decisiones dolorosas. Las principales virtudes de un buen gobernante deben ser la honestidad en su trabajo, la buena gestión del dinero público, un gran sentido de la justicia social y la defensa de un orden de prioridades que mantenga al ciudadano siempre en su cúspide, porque los gobernantes, al fin y al cabo, se deben exclusivamente al pueblo que les ha elegido para representarles.
Lamentablemente, el caso que hoy tratamos es un oasis en el medio del desierto, es la historia de un espejismo que nadie sabe cuándo desaparecerá ante las garras del poder que todo lo corrompe. Llegados a este punto es cuando me pregunto si ante el desgaste diario se volverán inmunes a la realidad de la calle y estos vecinos por Torrelodones pasarán a convertirse en políticos hipócritas al uso para beneficio de sus propios intereses. Quizá otro día les diría que sin duda acabarán como todos, seducidos por el poder y el dinero que ablanda conciencias, pero qué quieren que les diga, hoy me siento positivo y me niego a creerlo. Disculpen, pero es mi propósito para este nuevo año, al menos hasta que llegue el primer desencanto.