lunes, 7 de febrero de 2011

Manifiesto contra la monotonía

Una de las cosas que pueden amargarle a uno la existencia en esta vida es la monotonía. Lo compruebo diariamente -hoy, al ser lunes se magnifica el impacto tras el oasis de un fín de semana movidito- durante el trayecto de mi casa a la estación. Me siento como Bill Murray en el día de la marmota, atrapado en el tiempo. Me cruzo con el mismo abuelo que da de comer a las palomas en la parada del autobús, la misma viejecita que saca a pasear al perro, el mismo grupo de pakistaníes que se dirigen en masa al curro, el mismo chaval en bicicleta que casi me atropella a diario, el mismo friki vestido completamente de negro que fuma en la puerta de la estación antes de coger el tren. Se han convertido en viejos conocidos de los cuales acierto adivinar tan sólo su aspecto externo.
Por suerte, para paliar el dolor de convertirse en un tipo habituado a la rutina existen mecanismos de defensa, islas en el medio del océano que nos rescatan del cruel destino.
Personalmente creo que la vacuna más significativa son los libros. La lectura nos permite adentrarnos en mundos maravillosos, vivir en la piel de hombres y mujeres de otras épocas y lugares que nunca nos atreveríamos a ser, mirar con otros ojos, lanzarnos al vacío sin riesgos visibles, cruzar los siete mares sin más timón que nuestra propia imaginación.
Gracias a ellos he sido capaz de acompañar a Jim Hawkins a bordo de la Hispaniola en su búsqueda de la isla del Tesoro. He viajado a través de la Península Ibérica en un dos caballos con Pedro Orce, Joaquim Sassa, José Anaiço y sus estorninos, sobre una balsa de piedra a la deriva. Me he emborrachado, apostado a los caballos en el hipódromo de Los Ángeles y caído en la decadencia más absoluta junto a Bukowski y su alter ego Hank Chinaski. He cruzado el Atlántico, adentrándome en las calles de Montevideo, donde Benedetti me ha enseñado cómo quema el amor y también cómo duelen la nostalgia y el olvido, convenciéndome de que el sur también existe. He partido hacia París junto a Lucas Corso en busca de respuestas sobre un extraño libro y sus misterios. He recorrido el Mediterraneo con Mustafá de Six-Fours como galeote, dejándonos los riñones en galeras. He viajado por sudamérica en el asiento trasero de la motocicleta de un joven Ernesto Guevara. He conocido la Barcelona de posguerra, y caminando entre sus antiguas y estrechas callejuelas he conseguido adentrarme en el Cementerio de los Libros Olvidados. En definitiva, he vivido tantas vidas que ya no las recuerdo en su totalidad.
Háganme caso. Relájense y disfruten. Tomen esas encuadernaciones que se abrirán de páginas tan sólo para ustedes y tómenlas con amor y pasión. Entréguense a ellas sin reservas, con la inocencia de la primera vez. Recorran cada una de sus palabras y dejen volar la imaginación, evadiéndose a cada párrafo un poco más de este mundo terrenal que a menudo es tan mezquino.
Les aseguro que no hay fuerza más poderosa que nuestra mente. Y mientras tanto, a la monotonía que le vayan dando.

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