miércoles, 6 de febrero de 2013

¿Papá, por qué somos españoles?

Supongo que recordarán aquel conocido a la par que brillante anuncio de televisión de hace ya algunos años, ideado por los publicistas del Atlético de Madrid con el fin de captar socios para el club, en el que un niño le preguntaba a su padre: ¿Papá, por qué somos del Atleti? Pues a mí, últimamente, al contemplar los innumerables casos de corrupción que sacuden nuestro país a diario, se me queda la misma cara de tonto que a ese padre sin palabras ni argumentos ante la pregunta de su hijo. Me imagino entonces a ese niño y a ese padre viendo juntos el informativo a la hora de comer o escuchando las noticias en la radio del coche y sin duda, la pregunta que aquel chaval con cara de espabilado le haría ahora a su progenitor sería: ¿Papá, por qué somos españoles?
La indignación y el artazgo entre los ciudadanos ha llegado ya a límites insospechados ante tanta tomadura de pelo y la gota que ha colmado el vaso de la mala leche que tanto tiempo lleva adormecida en este país cainita al que ya no reconozco, ha sido la bomba informativa publicada por El País y El Mundo, conocida ya como el "caso Bárcenas". ¿Pero qué les voy a contar que no hayan oído ya? Luís Bárcenas, extesorero del Partido Popular, un tipo alto y con buena planta, enamorado de los deportes invernales como el esquí o el alpinismo que practicaba en Suiza, motivo por el cual -según el propio Bárcenas- viajaba regularmente al país helvético. Pero resulta ser que no. Parece que el amor del señor Bárcenas por el país del chocolate y las montañas no provenía de sus formidables pistas de esquí ni de sus altos picos sino del dinero que durante sus 20 años como tesorero del Partido Popular almacenó en una cuenta que llegó a ascender a 22 millones de euros.
El escándalo ha sido mayúsculo en la opinión pública española y desde el preciso instante en que El Mundo destapó la noticia el pasado 17 de Enero hasta el día de hoy, no ha hecho más que aumentar sus dimensiones, creando -permítanme el símil que me viene al pelo- una enorme bola de nieve alimentada por los nuevos datos que han ido apareciendo. Datos como que el señor Bárcenas, a través de una sociedad, se acogió meses antes a la famosa reforma fiscal del ministro Montoro y gracias a la cual pudo regularizar -o blanquear si les parece más oportuna la expresión- la nada despreciable cifra de 11 millones de euros.
Pero el verdadero torpedo en la linea de flotación del Partido Popular fue lanzado por el diario El País en su portada del pasado 31 de Enero, en la que se destapaba el pago de sobresueldos en dinero negro a los dirigentes del partido como práctica generalizada desde el año 1990 y en los que estaba presuntamente involucrada toda la cúpula del partido, incluído el mismísimo presidente del gobierno, Mariano Rajoy.
Con el escándalo Bárcenas en boca de todo el mundo y después de varios días sin una mísera declaración por parte del presidente del gobierno -como ya nos tiene acostumbrados, por otra parte- el pasado sábado Rajoy compareció al fin en la reunión extraordinaria del Comité Ejecutivo Nacional del partido para dar las explicaciones pertinentes sobre los papeles del extesorero, eso sí, sin admitir preguntas por parte de los periodistas, que tuvieron que ver la comparecencia del presidente a través de un monitor y recluidos en una sala. Parece que ésa es la transparencia de la que hace gala nuestro gobierno. En lo referente a las palabras de Rajoy, nada nuevo que no esperásemos de antemano: su defensa fue negarlo todo, rescatar la siempre recurrente idea de la conspiración contra su partido y prometer la publicación en la página web de Moncloa de su patrimonio y su declaración de la renta, como si en ella fuésemos a descubrir ese dinero en B que presuntamente cobró en sobresueldos. Toda una parafernalia que ya no inspira ninguna confianza ni credibilidad entre los ciudadanos. ¿O acaso ustedes creerían a un tipo que no ha cumplido ninguna de sus promesas electorales, a un tipo que dijo que nunca subiría el IVA y lo subió, a un tipo que dijo que la sanidad y la educación eran intocables y metió la tijera indiscriminadamente, a un tipo, en definitiva, que se caracteriza por su descrédito y su falta de palabra?
Ante la situación en la que está inmerso, a Mariano Rajoy sólo le quedan dos opciones: querellarse contra el señor Bárcenas -lo cual a estas horas no se ha producido todavía- o presentar su dimisión inmediata y convocar elecciones anticipadas, aunque para eso hay que tener algo de lo que carece: determinación y agallas. Por lo pronto, lo único que ha hecho el Partido Popular ha sido vetar las iniciativas parlamentarias que pedían la comparecencia del presidente y la creación de una comisión de investigación en el congreso.
Ante este sinsentido, lo que me pide el cuerpo es volar bien lejos de este puñetero país, convertido en una gran cueva de Alí Babá en la que la mierda sale a borbotones, impregnando con su olor nauseabundo a un gran porcentaje de aquellos que habitan en las alcantarillas del poder, ya sean políticos, empresarios, banqueros o miembros de la familia real.
Llegados a este punto es cuando yo también me hago aquella pregunta que el niño del Atleti le haría hoy en día a su padre. ¿Por qué somos españoles? La respuesta, más allá de la obvia conclusión de haber nacido en esta tierra, es difícil de responder cuando a uno le entran unas ganas incontrolables de nacionalizarse danés -tienen el índice de corrupción más bajo del mundo-, francés -son una república laica con todas las letras y con algunas medidas sociales envidiables-, islandés -es digna de admiración la forma que tuvieron de plantar cara a los bancos y negarse a cubrir sus pérdidas-, o incluso finlandés -tienen un sistema educativo formidable-.
Puede ser que en definitiva tengamos aquello que nos merecemos dada nuestra historia, nuestra escasa cultura democrática, nuestra resignación ante el atropello constante por parte de la clase política votada en las urnas y nuestro eterno bipartidismo como única solución a los desmanes del partido de turno que alcanza el poder, sin ver más allá de las narices de los dos grandes.
Durante las próximas semanas veremos cómo acaba todo esto, pero ya les adelanto que unos se tirarán a la yugular del gobierno para alcanzar sus intereses de llegar al poder a toda costa y los otros lo negarán todo y venderán a su madre si es preciso para no perder la poltrona que tanto les ha costado alcanzar tras años lamiendo culos y siendo fieles a la dictadura del partido. Lo que también les aseguro es que aquí no va a dimitir ni dios. En este país, tomar esa honrosa decisión por el bien general de los ciudadanos es de peleles y tal como he visto escrito en alguna ocasión, los políticos españoles creen que dimitir es un nombre ruso. Al menos aún nos queda la guasa, aunque a veces, maldita la gracia que nos hace.

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