jueves, 10 de noviembre de 2011

La historia del Cholo Perrone

Algún día -más pronto que tarde- les presentaré a Gastón Perrone, más conocido como el Cholo, pero mientras llegue el momento les explicaré su última historia vivida en esas calles por las que suele jugarse el pellejo a diario.
La luna aún flotaba en el cielo teñido de un azul oscuro cuando el Cholo aparcó el coche en aquella calle residencial donde las casas, cada una de ellas con un pequeño jardín en su parte delantera, surgían a ambos lados del asfalto. Apagó el motor, bajó la ventanilla y procedió a encender un cigarrillo tras voltear entre sus manos un brillante encendedor plateado cuya carcasa cerró de un golpe seco. Clac. Exhalaba profundas bocanadas de humo entre el silencio apenas quebrado por el canto lejano de los grillos. Mantenía la brasa del cigarro escondida en el hueco de la mano y la mirada fija en el número 54 de la pequeña casa que quedaba diez metros más abajo, al otro lado de la carretera, y en la que los rosales invadían la menuda verja verde que delimitaba su espacio. Tras el jardín -bien cuidado, con pequeñas baldosas de piedra que marcaban el camino hacia la entrada- aparecía una vivienda de estrecha fachada, con dos pisos coronados por un tejado de teja rústica.
No se adivinaba movimiento alguno desde su posición pero el Cholo Perrone era un profesional y nunca daba lugar a la relajación antes de cumplir con su cometido. Siempre fue así y esa virtud le había permitido seguir con vida. Desde joven tuvo que tratar con lo peor de cada casa, con tipos capaces de vender a su propia madre por dos duros, en algunas ocasiones prestándoles sus servicios y en otras quitándolos de la circulación. Sus víctimas pasaban a mejor vida de una manera limpia, sin rencillas de por medio, sin odio ni ensañamiento. No era nada personal. El Cholo hacía su trabajo con la misma normalidad con la que un marinero lanza sus redes al mar en busca de sustento. Vaciaba el cargador, desaparecía sin dejar rastro y cobraba por ello. Por ese motivo era el mejor.
A través del retrovisor vió las luces de un coche avanzar por la carretera tras doblar la esquina. Se mantuvo alerta un instante y destensó los músculos de su cuello cuando el vehículo pasó de largo. En ese instante contempló su rostro reflejado en el espejo y se vió cansado. Pensó en dejarlo, como en tantas otras ocasiones. Demasiada sangre, suficientes muertes en sus espaldas como para no dejarle conciliar el sueño en esas noches en que la conciencia asoma la cabeza y te recuerda nombres ya olvidados, rostros que miran con los ojos bien abiertos sin ver ya nada, expresiones detenidas en el tiempo y grabadas a fuego en la memoria. A pesar de caminar por el lado salvaje de la vida, nada le había detenido jamás. Tenía la capacidad de olvidar y seguir adelante sin echar la vista atrás. Lo hecho, hecho está y más vale matar que morir, pero los años no perdonan y la rutina de la barbarie también pasa factura. Demasiados años en el negocio y en este bisnes -como él siempre decía- si no te mata una bala, lo harán los fantasmas.
Se mantenía en forma, con ese porte de galán venezolano que tantos corazones había roto a lo largo del camino. Pelo azabache, siempre peinado hacia atrás con abundante fijador. Barba de tres días. Piel morena, como correspondía a la sangre indígena que corría por sus venas, proveniente de su familia materna. A su padre ni siquiera lo conoció pero contaban en el barrio que era un tipo peligroso de ascendencia italiana y gatillo fácil, al que llamaban el Tano.
Apoyándose ligeramente en el volante, rectificó su posición al observar a través de las ventanas cómo se hizo la luz en el interior de la casa. La espalda bien pegada al asiento, la cabeza alzada y todos los sentidos en su punto más álgido a la espera de los acontecimientos. Aquel ritual se había repetido en infinidad de ocasiones, pero a pesar de la experiencia adquirida a través de los años siempre existía ese hormigueo en la boca del estómago, ese temor al cruel destino que nunca sabes lo que te va a deparar. El Cholo bien sabía que hay detalles en manos del azar caprichoso que escapan a nuestro control y por ese motivo, más valía tener un arma a mano que plomo en el corazón. Sacó lentamente su Colt Gold Cup con cachas doradas de la americana y la dejó descansar sobre sus rodillas con una suavidad que contrastaba con la violencia que aquella pistola, en manos de quien estaba, era capaz de engendrar. Deslizaba sus dedos una y otra vez sobre la empuñadura que brillaba como una joya de incalculable valor, creando un suave reflejo en el techo del vehículo, mientras su mirada continuaba fija en aquel número de la fachada, como hipnotizado por una voz conocida que le susurraba palabras de perdón y redención ante sus pecados.
La luz que se adivinaba a través de las ventanas del inmueble se apagó y se oyó el rechinar de una puerta que se abría. El Cholo salió lentamente del coche y tras cerrar su puerta con delicadeza se encaminó hacia la acera, cruzando la carretera que recibía la humedad de la mañana. Al pasar junto a una farola, ésta dejó de emitir su resplandor ante los últimos latidos de la oscuridad nocturna. El sol trataba de salir tímidamente al igual que aquel hombre que cerraba tras de sí la pequeña verja verde, mirando con orgullo el jardín que sus manos habían engalanado con trabajo y esfuerzo. Abrió la puerta del coche aparcado frente a su casa y se sentó frente al volante mientras su boca dibujaba un gran bostezo que inspiró el viciado aire del interior del vehículo. Al comprobar que el espejo exterior estaba encarado hacia la puerta, abrió la ventana y procedió a extraerlo. En ese preciso instante percibió la presencia de una sombra que en décimas de segundo se materializó en la figura siniestra y peligrosa del Cholo Perrone, que alzando enérgicamente su brazo derecho encañonó a la presa. Sin mediar palabra apretó el gatillo con gesto imperturbable, esparciendo sus sesos por la tapicería de los asientos. Un gran chorro de sangre había salido despedido, impactando sobre la ventana del copiloto y salpicando todo cuanto encontró en su camino. Con el brazo aún en alto, dió un paso adelante y remató con tres disparos el cuerpo ya sin vida de aquel hombre que pocos segundos antes había respirado profundamente el aroma de las rosas que se alzaban abiertas y majestuosas sobre la verja que delimitaba su terreno.
El Cholo bajó el arma, emitiendo varios destellos en su trayectoria, como si fuera un blinker transmitiendo un misterioso mensaje en código morse. Otro rostro más al que vería en sueños pidiéndole cuentas. Sin embargo, mientras estuviera despierto mantendría su filosofía de olvidar y seguir adelante como método de supervivencia ante la vida que le había tocado en suerte. Los sueños, al fin y al cabo, son sólo eso, y mientras el sudor de una pesadilla desaparece, una bala a traición no daba lugar a más sueños.
Antes de guardar la pistola en su americana besó ambas cachas doradas con cariño y agradecimiento, como si esas rugosas placas metálicas fueran las mejillas de su vieja compañera de fatigas, la eficiente Colt Gold Cup que jamás le había fallado. El Cholo era un sicario sin escrúpulos pero sabía apreciar la lealtad, una de esas virtudes que tanto escaseaban en el oficio. Con paso tranquilo, como si no hubiera hecho nada de lo que debiera avergonzarse, se dirigió a su coche y tras encender el motor, que rugía como si le fuera la vida en ello, tomó de nuevo la carretera con dirección a cualquier lugar del que no tuviera que huir.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Los trileros de las aulas

Hay que ver lo duros que se han puesto los de la Conselleria d'Ensenyament de la Generalitat de Catalunya con las nuevas normas de evaluación de secundaria y bachillerato. A su lado, el sargento de hierro que interpretaba Clint Eastwood queda a la altura de una carmelita descalza. Vamos, que ante el endurecimiento de las normas impuestas para pasar de curso, los chavales van a ir al colegio con el miedo en el cuerpo, es más, ya están temblando.
Y es que no es para menos porque a partir de ahora tan sólo podrán avanzar de curso con un máximo de cuatro asignaturas suspendidas -las pobres criaturas- pues Ensenyament ha limitado a dos el número de materias que puede aprobar la junta de evaluación, pasando los estudiantes -por llamarles de alguna manera- al curso siguiente con otras dos asignaturas pendientes de recuperación.
Si esto es endurecer el sistema de evaluación, imagínense lo que era antes: la vista gorda más absoluta, la Sodoma y Gomorra educativa, los trileros de suspensos y aprobados arbitrarios, al antojo del claustro de turno. Ante esta situación, yo me pregunto, ¿con qué objetivo se ha seguido esta tónica durante los últimos años? ¿Cómo es posible que en el curso 2009-2010, el 26% de los alumnos catalanes obtuviera el título de ESO pese a no haber aprobado todas las materias?
Creo que la respuesta es tan sencilla como triste: el único objetivo de estos mercenarios del sistema es maquillar las cifras de fracaso escolar. Eso es lo que verdaderamente les importa a todos los Consellers d'Ensenyament en particular y al resto de políticos catalanes en general, con el fin de no tener que rendir cuentas sobre el gran problema de la educación, que debería ser uno de los pilares en que se basara nuestra sociedad.
Pero ya ven, la realidad es que con la nueva norma no va a variar demasiado el cachondeo educativo y lo que podría haber sido el inicio de un cambio en la mentalidad de docentes y alumnos, va a quedar en la nada más absoluta. Se seguirán perdonando suspensos, se continuará permitiendo que un estudiante pase al siguiente curso hasta con cuatro materias suspendidas y se mantendrá la imperante ley del mínimo esfuerzo entre nuestros jóvenes mientras las mentes educativas más sesudas y eruditas creen que les hacen un favor y piensan que de esta manera les liberarán de posibles traumas psicológicos ante los suspensos y el fracaso. ¿No son conscientes de que sus actos de hoy serán un problema el día de mañana? ¿No se dan cuenta de que están creando una juventud sin el más mínimo conocimiento de valores como el esfuerzo, la constancia o la responsabilidad?
Antes, un suspenso era un suspenso, y por muy persistente que fueras en tus súplicas, éste no te lo quitaba ni Perry Manson, pero está visto que hoy en día vale más sacar pecho en los medios de comunicación junto a informes con altos porcentajes de titulados que pensar en el futuro de varias generaciones. Esas mismas generaciones que cuando se den de bruces con la vida real, verán que ahí afuera nadie les va a regalar nada y que durante todos estos años de formación han sido víctimas de una farsa y de una auténtica tomadura de pelo. Aunque quizás, estarán tan acostumbrados a no pensar, que seguramente no piensen en ello.