sábado, 19 de enero de 2013

Comparaciones odiosas

A estas horas David Reboredo continúa en prisión. Su historia es como la de tantos otros jóvenes que allá por los años ochenta cayeron en el infierno de la droga. El caballo atrapó sin piedad a muchos miembros de una generación que se enfrentaba sin ningún tipo de límite a la mayor explosión de libertad vivida jamás en España. Algunos ya no están para contarlo pero David salió del profundo agujero de la droga para hacerse al fin con esa etiqueta de extoxicómano rehabilitado que esta sociedad te cuelga y recuerda de por vida. También, como muchos otros, tuvo una recaída en esa adicción que nunca abandona su idea de sembrar el camino de tentaciones y en 2009 fue detenido por posesión de medio gramo de heroína.
El pasado 5 de Diciembre ingresó en prisión, condenado a una pena de siete años por sus errores del pasado, a pesar de que lleva ya tres años desintoxicado y colabora en diversos centros de ayuda a los drogodependientes, desarrollando un trabajo social encomiable como es el de ofrecer su auxilio y experiencia a otras personas para evitar que caigan en el mismo profundo agujero que a él tantos años le costó abandonar. Diversas organizaciones sociales, sindicatos e incluso clubes deportivos como el Celta de Vigo se han sumado a la petición de que se le conceda a David -una persona totalmente reinsertada en la sociedad- el indulto que merece y que el Gobierno ya le ha denegado en dos ocasiones.
¿Pero qué criterio tiene en cuenta el ejecutivo para llevar a cabo un indulto en España? Sinceramente, no sabría responder a la pregunta que acabo de formularles porque ni éste ni ningún otro gobierno están obligados a argumentar las razones de dichos actos de gracia amparándose en una ley de 1870 nada más y nada menos, miren ustedes si ha llovido. Y si dicen que las comparaciones son odiosas, no les quiero ni contar lo tremendamente odiosas que resultan cuando se trata el espinoso tema de los indultos dictados por los últimos presidentes de este país en el que la justicia ya no sólo es ciega sino también sorda y muda.
Si les parece comenzaremos por el expresidente Aznar, que durante sus dos legislaturas se convirtió en un verdadero amante de los indultos, en un killer en el area del perdón penitenciario elegido a dedo, llegando a convertirse hasta la fecha en el presidente español que más número de penas ha indultado. Fueron un total de 5.916, entre las que destacan como más polémicas las concedidas a Rafael Vera -exsecretario de estado- y José Barrionuevo -exministro de Defensa- condenados por su participación en los GAL y por el secuestro de Segundo Marey, o el del exjuez Javier Gómez de Liaño, condenado por prevaricación. El expresidente Zapatero también le cogió el gusto al asunto y sumó durante sus ocho años en Moncloa 3.226 indultos, de los cuales, sin duda alguna, el que más escoció entre sus votantes fue el de Alfredo Sáez, consejero delegado del Banco Santander y mano derecha de Emilio Botín, condenado por denuncia falsa cuando presidía Banesto. Este caso fue más sangrante todavía si se tiene en cuenta que el indulto fue concedido tras las elecciones del 20N -sobre la bocina si me permiten el símil baloncestístico- cuando Zapatero presidía aquel gobierno en funciones a punto de dejar el poder tras ser barrido en las urnas por un Mariano Rajoy que a día de hoy, un año después de su llegada a la presidencia, ya suma la sorprendente cifra de casi 500 indultos. Un año en el que hemos asistido impávidos a indultos escandalosos como el de los cuatro Mossos d'Esquadra condenados por torturas o el de Josep María Servitge -exalto cargo de Unió Democrática de Catalunya- condenado por desvío de fondos públicos o el de los dos militares condenados por falsificación documental en el caso Yak-42, del que curiosamente, Federico Trillo -exministro de Defensa- salió indemne.
Como les decía, hemos asistido a muchas barbaridades cometidas por políticos con vocación de justicieros, sin embargo, deteniéndonos con detalle en el último indulto realizado por el Consejo de Ministros -publicado en el BOE el pasado 5 de Enero- es cuando realmente uno se da cuenta de la arbitrariedad con la que actúan y de las diferentes varas de medir que aplican en sus decisiones. Este último indulto del que les hablo ha sido concedido a Ramón Jorge Ríos Salgado, condenado a trece años de prisión por matar a un hombre en 2003 cuando conducía su vehículo a gran velocidad y en sentido contrario por la autopista A-7, y al cual se le ha conmutado la pena por dos años de multa a seis euros por día, sin que de nada hayan servido los informes contrarios de la Audiencia Provincial de Valencia ni de la Fiscalía. Eso es lo que vale la vida de ese chico para nuestros gobernantes. Después, cuando la prensa ha rascado un poco en la superficialidad de un indulto aparentemente incomprensible -sobretodo para los familiares del fallecido- resulta ser que uno de los hijos del ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, trabaja en el bufete de abogados que defendió al kamikaze homicida indultado, que además fue defendido por el hermano de Ignacio Astarloa, diputado del PP. ¿Casualidad? Permítanme que les diga que ya hace mucho tiempo dejé de creer en ellas.
Resulta inquietante, sospechoso y sumamente indignante el trato desigual que el Consejo de Ministros aplica con su sentido atrofiado de la justicia, convertida desde hace muchos años en otro sinsentido de este país corrupto y canalla. Es lamentable el desprecio absoluto que demuestran no ya sólo por la ley y las decisiones judiciales, sino también por los ciudadanos, que asistimos incrédulos a un goteo incesante de favores políticos y de un hoy por ti y mañana por mí que parece no tener límites ni vergüenza.
Viendo el panorama, me vienen a la cabeza aquellas palabras pronunciadas por el rey Juan Carlos en su discurso de navidad de hace poco más de un año en las que defendía que todas las personas somos iguales ante la ley. Quizá el monarca, con su campechanismo por bandera, debería hacerle una visita a David Reboredo y explicárselo en persona, mirándole fijamente a los ojos sin que se le caiga la cara de vergüenza, aunque mucho me temo que a David no le haría ni puñetera gracia escuchar más sandeces pronunciadas de cara a la galería. En fin, visto lo visto, sólo me queda enviarle a David todo mi ánimo desde esta humilde ventana al mundo y desearle que al fin se haga justicia.

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