domingo, 8 de abril de 2012

Marinero en tierra hostil

Hay cosas que en España no cambiarán nunca por muy modernos y demócratas que nos creamos y una de ellas es el sectarismo político que reina en nuestro sistema democrático. El último episodio tuvo lugar el pasado 26 de Marzo en la localidad almeriense de Huércal-Overa. Resulta que el ayuntamiento gobernado por el PP ha considerado que el teatro municipal de dicha localidad debe dejar de llamarse tal y como los vecinos lo habían decidido a través de una encuesta realizada en las redes sociales, y cuando les diga el nombre que libremente fue elegido por los ciudadanos sabrán el porqué. No les haré esperar más. Ahí va: Teatro Municipal Rafael Alberti. Lo entienden, ¿verdad?
El ayuntamiento de Huércal-Overa ha creído conveniente que al municipio no se le relacione con uno de los poetas andaluces más importantes de la literatura española por el hecho de que tal nombre "no vende al municipio y no tiene una vinculación histórica con el mismo".
Señores, no nos engañemos. Quitémonos las máscaras y llamemos a las cosas por su nombre. Si una pandilla de políticos conservadores han retirado dicho nombre del teatro municipal ha sido porque Rafael Alberti fue comunista y luchó durante toda su vida por esos ideales que le llevaron al exilio durante tantos años.
Me parece lamentable que ciertos nostálgicos de otras épocas pongan por delante las creencias políticas de alguien que por encima de ideas y posicionamientos fue un artista excepcional, cuyo nombre por sí solo daría prestigio a cualquier edificio o monumento que lo tomara como suyo. Me entristece contemplar a estas alturas cómo ciertas decisiones tomadas por tipos sin el nivel cultural suficiente como para llevarlas a cabo, tiran por el suelo la figura de grandes personajes y artistas de nuestro país por el simple hecho de militar en la izquierda y defender la lucha por la democracia, la libertad, la justicia y la dignidad arrebatadas durante demasiado tiempo.
Lo más preocupante es que no es el único caso que se ha dado recientemente sino que a través de la limpieza ideológica del callejero están intentando borrar todo vestigio de comunismo, socialismo o cualquier ideología que tenga un ligero aroma a izquierda. Como ya informó el diario Público hace unos días, en Villamayor de Calatrava (Ciudad Real) se han retirado los nombres de las calles Pablo Iglesias, Pablo Neruda y Enrique Tierno Galván, en La Zubia (Granada) han desaparecido las calles Miguel Hernández, Durruti y Che Guevara, y en Elche han sustituido el anteriomente conocido como Jardín Dolores Ibárruri por el Jardín de la República Argentina.
Tanto en el caso de Alberti como del resto de autores, pensadores o políticos a los que se intenta sumergir en el olvido, por mucho que hagan desaparecer sus nombres de muros y placas municipales jamás podrán borrar sus actos ni su recuerdo en la memoria de millones de españoles.
A este paso, alguna mañana nos levantaremos con la noticia de que Ana Botella ha ordenado descolgar el Guernica de las paredes del Museo Reina Sofía y confinarlo bajo siete llaves en los sótanos del Museo del Prado. Ya saben que para cierta gente la figura de Picasso como genio pictórico universal queda muy por debajo de su faceta de rojo antifranquista. Ante tanto disparate sin sentido, reconozco que hay ocasiones en que a uno le entran ganas de haber nacido un poco más al norte, concretamente al otro lado de los Pirineos, mon dieu...

jueves, 5 de abril de 2012

Defrauda y vencerás

Lo que está ocurriendo en este país bajo la recurrente excusa de la crisis mundial, la recesión económica y el mantenimiento del estado del bienestar, no tiene nombre. La última ocurrencia del gobierno del PP es de una gravedad absoluta y no es ni más ni menos que el establecimiento de una amnistía fiscal para particulares y empresas que hayan defraudado a Hacienda, pagando tan sólo un simbólico gravamen del 10%.
Es decir, que bajo el eufemismo de amnistía fiscal se esconde una vil operación de blanqueo de dinero evadido a paraisos fiscales -popularmente llamado dinero negro- que saldrá a la luz sin castigo alguno para los defraudadores y pasará a ser legalizado con el fin de engordar las maltrechas arcas del Estado. Ante lo cual me pregunto, ¿cuál es el mensaje que nos manda el gobierno a los españoles con esta medida que premia a los defraudadores mientras al resto de ciudadanos que pagamos nuestros impuestos religiosamente se nos exigen continuos sacrificios que parecen no tener fin?
Claramente se trata de un mensaje demoledor para la conciencia de este país y demuestra la incoherencia fiscal de un gobierno que anteriormente había criticado la medida, además de la injusticia social que representa el favorecimiento a los más poderosos y el ensañamiento sobre los más débiles. Pero además de injusta, la medida podría resultar anticonstitucional, tal y como defiende la Organización de Inspectores de Hacienda del Estado, es decir, los funcionarios responsables de perseguir el fraude, basándose en el artículo 31 de la Constitución, que defiende que "Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad".
Visto que el plan antifraude que tenía pensado el gobierno se basa en la legalización de dicho fraude a través de una amnistía fiscal hacia todos aquellos que hayan engañado al Estado, a estas horas más de uno se estará relamiendo a la espera que se aplique el nuevo plan antidroga, ante el cual, supongo que Mariano invitará a todos los españoles a unas rayas. Bendito país.

viernes, 23 de marzo de 2012

Carlos, el tupamaro

Hace unas cuantas noches conocí a uno de esos tipos que merece la pena conocer, y lo hice en el lugar necesario para que las conversaciones surjan, fluyan y se desarrollen, dejando paso a otras que guardan la vez pacientemente. Como habrán imaginado, fue en la barra de un bar donde conocí a Carlos.
A primera vista tiene aspecto de tipo duro, curtido en mil batallas, de esos con los que es mejor no jugarse las habichuelas. Gabardina de cuero estilo matrix, chaleco, guantes -también de cuero- con tachuelas, dejando los dedos al aire. Carlos es un cincuentón de barba poblada aunque bien cuidada, dentadura impoluta, gafas de pasta negra y sien plateada por los años y las historias, algunas de las cuales tuve el placer de escuchar en aquella noche sin prisas.
La suya es una historia como la de tantos otros que tuvieron que dejar su país para salvar la dignidad y ante todo, salvar la vida. Combatiente tupamaro en su Uruguay natal, no le quedó otra opción que emigrar a la Argentina y desde ahí cruzar el charco con destino a Suiza. Demasiado tiempo el que ha pasado alejado de los suyos, a pesar de lo cual ha sido capaz de sacar fuerzas en los momentos duros y no desperdiciar todos esos años de nostalgia en el exilio, labrándose un futuro a base de estudio y esfuerzo hasta llegar a convertirse en un profesional de la enfermería.
Y ahí es cuando uno piensa en las vueltas que es capaz de dar la vida y en los caminos por los que ésta nos conduce, unas veces por simple azar y otras como consecuencia de un firme convencimiento en llegar al objetivo marcado. Pienso también en los amigos que están lejos y en los que están cerca aunque con la mente puesta en una posible huida de este país sin oportunidades, al igual que pienso inevitablemente en mi familia uruguaya que cruzó un océano para extrañar eternamente su paisito y nunca más ser de aquí ni de allá. Pienso en definitiva en tantas personas que a estas alturas ni siquiera intuyen dónde acabarán en la búsqueda de su lugar en el mundo.
Esta crisis nos ahoga y en ocasiones nos deprime, pero también nos abre los ojos para hacernos ver que existen otras realidades y que la senda que otros antes se plantearon con más dudas que certezas también puede abrirse para cualquiera de nosotros, quizás esta vez no para salvar la vida como Carlos, pero sí para sembrar un poco de esperanza en nuestras vidas manipuladas por este mundo que tiñe de gris los sueños. No dejemos que ese gris desemboque en el negro. No dejemos de buscar nuestro camino. No dejemos de soñar.

jueves, 1 de diciembre de 2011

La fiesta de la tecnocracia

Supongo que les habrá sorprendido que hasta el día de hoy no haya escrito ni una sola palabra sobre las elecciones generales celebradas el pasado 20 de Noviembre. Les tengo que reconocer que no me apetecía un carajo tocar el tema, dadas las encuestas previas y los posteriores resultados que han acabado alzando a Mariano Rajoy -también conocido como Mariano "El Constante", era ésta la tercera vez que se presentaba- a la presidencia del Gobierno.
Si algo me llama la atención de ese día en el que concedemos el voto y nuestra confianza al político de turno que inevitablemente acabará por defraudarnos, son las tópicas expresiones utilizadas por esos mismos políticos y por la prensa. Existen varias -ya muy sobadas, dicho sea de paso- entre las que destacaría todas aquellas relacionadas con el instrumento estrella de la jornada: la urna. Dos claros ejemplos son la siempre útil "millones de españoles están llamados a las urnas" o la muy recurrida "encuentas realizadas a pie de urna". Sin embargo, dejando urnas aparte, mi preferida -por falsa y demagoga- es la que aboga por la exaltación de una supuesta "fiesta de la democracia". Y digo supuesta, falsa y demagoga porque precisamente en nuestro país, durante ese día no se vive fiesta alguna, y desde luego tampoco se escenifica lo que debiera ser una democracia.
Desde aquellas primeras y lejanas elecciones generales del 77, tras la muerte de Franco, nuestra democracia ha dejado de ser una fiesta en la que la población ilusionada y hambrienta de cambio soñaba con un futuro mejor a través de la puesta en práctica de unos ideales políticos en favor de una sociedad que despertaba tras 40 años de férrea dictadura e ideales silenciados.
Hemos convertido la mal llamada "fiesta de la democracia" en un relevo bipartidista sin opción al cambio que dura demasiados años, en un quítate tú pa ponerme yo sin propuestas inteligentes ni innovadoras, en una triste y penosa comparsa de papeletas desiguales ante la injusta ley electoral que sufrimos, en un procedimiento rutinario sin pasión ni alegría, en definitiva, en cualquier cosa menos en una fiesta.
En lo referente a la segunda parte de la expresión, qué les voy a contar que ya no sepan. Llamamos democracia al acto de votar una vez cada cuatro años a unos tipos que no son más que marionetas en manos de los que realmente ostentan el poder, es decir, los bancos, las grandes corporaciones y los mercados. Llamamos democracia al nulo planteamiento de plebiscitos ni referéndums durante toda la legislatura. Llamamos democracia al poder popular que no se digna a salir a la calle ni tan sólo para votar. En este sentido deberíamos aprender de muchos paises en los que el voto es obligatorio, ya que obligatoria debe ser la conciencia participativa y el poder soberano de un pueblo. Desgraciadamente, ésta es la democracia que tenemos y seguramente la que nos merecemos debido a nuestro aburguesamiento y desinterés ante la existencia de un estado paternalista que nos trata como niños estúpidos.
No obstante, uno mira a su alrededor y comprueba cómo este desbarajuste sin sentido puede ir a peor, por complicado que parezca. Tan sólo basta con virar al Este y contemplar a nuestros vecinos de Mediterráneo. Paises como Italia o Grecia representan hoy en día la máxima expresión de la devaluación de la democracia como modelo político. La substitución arbitraria de presidentes electos por tecnócratas al servicio de los mercados, deja muy claro cuál es el camino a seguir y disfraza de mal necesario para acabar con el déficit lo que en realidad es un golpe de estado en toda regla. Eso sí, un golpe de estado del siglo XXI, sin derramar una gota de sangre y con un buen traje de Armani que lucir en las ruedas de prensa.
Me consuela el hecho de saber que en las próximas elecciones, al menos variaremos alguno de esos tópicos ya gastados que antes les comentaba y surgirá una nueva frase pegadiza que será portada a toda página en los periódicos y estará en boca de cualquier comentarista mediático que se tercie: "La fiesta de la tecnocracia". Como si lo viera.

jueves, 10 de noviembre de 2011

La historia del Cholo Perrone

Algún día -más pronto que tarde- les presentaré a Gastón Perrone, más conocido como el Cholo, pero mientras llegue el momento les explicaré su última historia vivida en esas calles por las que suele jugarse el pellejo a diario.
La luna aún flotaba en el cielo teñido de un azul oscuro cuando el Cholo aparcó el coche en aquella calle residencial donde las casas, cada una de ellas con un pequeño jardín en su parte delantera, surgían a ambos lados del asfalto. Apagó el motor, bajó la ventanilla y procedió a encender un cigarrillo tras voltear entre sus manos un brillante encendedor plateado cuya carcasa cerró de un golpe seco. Clac. Exhalaba profundas bocanadas de humo entre el silencio apenas quebrado por el canto lejano de los grillos. Mantenía la brasa del cigarro escondida en el hueco de la mano y la mirada fija en el número 54 de la pequeña casa que quedaba diez metros más abajo, al otro lado de la carretera, y en la que los rosales invadían la menuda verja verde que delimitaba su espacio. Tras el jardín -bien cuidado, con pequeñas baldosas de piedra que marcaban el camino hacia la entrada- aparecía una vivienda de estrecha fachada, con dos pisos coronados por un tejado de teja rústica.
No se adivinaba movimiento alguno desde su posición pero el Cholo Perrone era un profesional y nunca daba lugar a la relajación antes de cumplir con su cometido. Siempre fue así y esa virtud le había permitido seguir con vida. Desde joven tuvo que tratar con lo peor de cada casa, con tipos capaces de vender a su propia madre por dos duros, en algunas ocasiones prestándoles sus servicios y en otras quitándolos de la circulación. Sus víctimas pasaban a mejor vida de una manera limpia, sin rencillas de por medio, sin odio ni ensañamiento. No era nada personal. El Cholo hacía su trabajo con la misma normalidad con la que un marinero lanza sus redes al mar en busca de sustento. Vaciaba el cargador, desaparecía sin dejar rastro y cobraba por ello. Por ese motivo era el mejor.
A través del retrovisor vió las luces de un coche avanzar por la carretera tras doblar la esquina. Se mantuvo alerta un instante y destensó los músculos de su cuello cuando el vehículo pasó de largo. En ese instante contempló su rostro reflejado en el espejo y se vió cansado. Pensó en dejarlo, como en tantas otras ocasiones. Demasiada sangre, suficientes muertes en sus espaldas como para no dejarle conciliar el sueño en esas noches en que la conciencia asoma la cabeza y te recuerda nombres ya olvidados, rostros que miran con los ojos bien abiertos sin ver ya nada, expresiones detenidas en el tiempo y grabadas a fuego en la memoria. A pesar de caminar por el lado salvaje de la vida, nada le había detenido jamás. Tenía la capacidad de olvidar y seguir adelante sin echar la vista atrás. Lo hecho, hecho está y más vale matar que morir, pero los años no perdonan y la rutina de la barbarie también pasa factura. Demasiados años en el negocio y en este bisnes -como él siempre decía- si no te mata una bala, lo harán los fantasmas.
Se mantenía en forma, con ese porte de galán venezolano que tantos corazones había roto a lo largo del camino. Pelo azabache, siempre peinado hacia atrás con abundante fijador. Barba de tres días. Piel morena, como correspondía a la sangre indígena que corría por sus venas, proveniente de su familia materna. A su padre ni siquiera lo conoció pero contaban en el barrio que era un tipo peligroso de ascendencia italiana y gatillo fácil, al que llamaban el Tano.
Apoyándose ligeramente en el volante, rectificó su posición al observar a través de las ventanas cómo se hizo la luz en el interior de la casa. La espalda bien pegada al asiento, la cabeza alzada y todos los sentidos en su punto más álgido a la espera de los acontecimientos. Aquel ritual se había repetido en infinidad de ocasiones, pero a pesar de la experiencia adquirida a través de los años siempre existía ese hormigueo en la boca del estómago, ese temor al cruel destino que nunca sabes lo que te va a deparar. El Cholo bien sabía que hay detalles en manos del azar caprichoso que escapan a nuestro control y por ese motivo, más valía tener un arma a mano que plomo en el corazón. Sacó lentamente su Colt Gold Cup con cachas doradas de la americana y la dejó descansar sobre sus rodillas con una suavidad que contrastaba con la violencia que aquella pistola, en manos de quien estaba, era capaz de engendrar. Deslizaba sus dedos una y otra vez sobre la empuñadura que brillaba como una joya de incalculable valor, creando un suave reflejo en el techo del vehículo, mientras su mirada continuaba fija en aquel número de la fachada, como hipnotizado por una voz conocida que le susurraba palabras de perdón y redención ante sus pecados.
La luz que se adivinaba a través de las ventanas del inmueble se apagó y se oyó el rechinar de una puerta que se abría. El Cholo salió lentamente del coche y tras cerrar su puerta con delicadeza se encaminó hacia la acera, cruzando la carretera que recibía la humedad de la mañana. Al pasar junto a una farola, ésta dejó de emitir su resplandor ante los últimos latidos de la oscuridad nocturna. El sol trataba de salir tímidamente al igual que aquel hombre que cerraba tras de sí la pequeña verja verde, mirando con orgullo el jardín que sus manos habían engalanado con trabajo y esfuerzo. Abrió la puerta del coche aparcado frente a su casa y se sentó frente al volante mientras su boca dibujaba un gran bostezo que inspiró el viciado aire del interior del vehículo. Al comprobar que el espejo exterior estaba encarado hacia la puerta, abrió la ventana y procedió a extraerlo. En ese preciso instante percibió la presencia de una sombra que en décimas de segundo se materializó en la figura siniestra y peligrosa del Cholo Perrone, que alzando enérgicamente su brazo derecho encañonó a la presa. Sin mediar palabra apretó el gatillo con gesto imperturbable, esparciendo sus sesos por la tapicería de los asientos. Un gran chorro de sangre había salido despedido, impactando sobre la ventana del copiloto y salpicando todo cuanto encontró en su camino. Con el brazo aún en alto, dió un paso adelante y remató con tres disparos el cuerpo ya sin vida de aquel hombre que pocos segundos antes había respirado profundamente el aroma de las rosas que se alzaban abiertas y majestuosas sobre la verja que delimitaba su terreno.
El Cholo bajó el arma, emitiendo varios destellos en su trayectoria, como si fuera un blinker transmitiendo un misterioso mensaje en código morse. Otro rostro más al que vería en sueños pidiéndole cuentas. Sin embargo, mientras estuviera despierto mantendría su filosofía de olvidar y seguir adelante como método de supervivencia ante la vida que le había tocado en suerte. Los sueños, al fin y al cabo, son sólo eso, y mientras el sudor de una pesadilla desaparece, una bala a traición no daba lugar a más sueños.
Antes de guardar la pistola en su americana besó ambas cachas doradas con cariño y agradecimiento, como si esas rugosas placas metálicas fueran las mejillas de su vieja compañera de fatigas, la eficiente Colt Gold Cup que jamás le había fallado. El Cholo era un sicario sin escrúpulos pero sabía apreciar la lealtad, una de esas virtudes que tanto escaseaban en el oficio. Con paso tranquilo, como si no hubiera hecho nada de lo que debiera avergonzarse, se dirigió a su coche y tras encender el motor, que rugía como si le fuera la vida en ello, tomó de nuevo la carretera con dirección a cualquier lugar del que no tuviera que huir.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Los trileros de las aulas

Hay que ver lo duros que se han puesto los de la Conselleria d'Ensenyament de la Generalitat de Catalunya con las nuevas normas de evaluación de secundaria y bachillerato. A su lado, el sargento de hierro que interpretaba Clint Eastwood queda a la altura de una carmelita descalza. Vamos, que ante el endurecimiento de las normas impuestas para pasar de curso, los chavales van a ir al colegio con el miedo en el cuerpo, es más, ya están temblando.
Y es que no es para menos porque a partir de ahora tan sólo podrán avanzar de curso con un máximo de cuatro asignaturas suspendidas -las pobres criaturas- pues Ensenyament ha limitado a dos el número de materias que puede aprobar la junta de evaluación, pasando los estudiantes -por llamarles de alguna manera- al curso siguiente con otras dos asignaturas pendientes de recuperación.
Si esto es endurecer el sistema de evaluación, imagínense lo que era antes: la vista gorda más absoluta, la Sodoma y Gomorra educativa, los trileros de suspensos y aprobados arbitrarios, al antojo del claustro de turno. Ante esta situación, yo me pregunto, ¿con qué objetivo se ha seguido esta tónica durante los últimos años? ¿Cómo es posible que en el curso 2009-2010, el 26% de los alumnos catalanes obtuviera el título de ESO pese a no haber aprobado todas las materias?
Creo que la respuesta es tan sencilla como triste: el único objetivo de estos mercenarios del sistema es maquillar las cifras de fracaso escolar. Eso es lo que verdaderamente les importa a todos los Consellers d'Ensenyament en particular y al resto de políticos catalanes en general, con el fin de no tener que rendir cuentas sobre el gran problema de la educación, que debería ser uno de los pilares en que se basara nuestra sociedad.
Pero ya ven, la realidad es que con la nueva norma no va a variar demasiado el cachondeo educativo y lo que podría haber sido el inicio de un cambio en la mentalidad de docentes y alumnos, va a quedar en la nada más absoluta. Se seguirán perdonando suspensos, se continuará permitiendo que un estudiante pase al siguiente curso hasta con cuatro materias suspendidas y se mantendrá la imperante ley del mínimo esfuerzo entre nuestros jóvenes mientras las mentes educativas más sesudas y eruditas creen que les hacen un favor y piensan que de esta manera les liberarán de posibles traumas psicológicos ante los suspensos y el fracaso. ¿No son conscientes de que sus actos de hoy serán un problema el día de mañana? ¿No se dan cuenta de que están creando una juventud sin el más mínimo conocimiento de valores como el esfuerzo, la constancia o la responsabilidad?
Antes, un suspenso era un suspenso, y por muy persistente que fueras en tus súplicas, éste no te lo quitaba ni Perry Manson, pero está visto que hoy en día vale más sacar pecho en los medios de comunicación junto a informes con altos porcentajes de titulados que pensar en el futuro de varias generaciones. Esas mismas generaciones que cuando se den de bruces con la vida real, verán que ahí afuera nadie les va a regalar nada y que durante todos estos años de formación han sido víctimas de una farsa y de una auténtica tomadura de pelo. Aunque quizás, estarán tan acostumbrados a no pensar, que seguramente no piensen en ello.

jueves, 20 de octubre de 2011

Un asunto de honor

Reconozco que el título del artículo que tienen ante sus ojos lo he tomado prestado de un relato de Arturo Pérez-Reverte, una especie de road-movie ibérica en la que cada uno de sus personajes trata de mantener a flote su honor ante las circunstancias en que se ven inmersos. Precisamente, me gustaría hoy hablarles sobre esa palabra que cada día es más difícil escuchar en estos tiempos que corren. Su definición no deja lugar a dudas: "Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo".
Este antiguo vocablo proveniente del latín honoris, junto a otros igualmente olvidados como honradez, dignidad u honestidad me vinieron inmediatamente a la cabeza al leer una noticia publicada la pasada semana en los medios de comunicación que resume claramente la catadura moral de una gran parte de los políticos de nuestro país. Esta vez fue Fernando Manzano, presidente de la Asamblea de Extremadura y secretario general del PP extremeño, quien protagonizó uno más de esos actos reprobables a los que tan acostumbrados nos tienen nuestros representantes. El susodicho contrató a un primo suyo como chófer, justificando dicha contratación en el hecho de necesitar a alguien de su "absolutísima confianza" ya que durante los trayectos realizaba "largas conversaciones por teléfono".
Dejando a un lado que resulta sospechoso tanto esfuerzo por evitar airear ante un empleado unas simples conversaciones telefónicas, lo que realmente le hace a uno ponerse las manos en la cabeza son los antecedentes de este señor que nos confirman cuán sabios son los refranes y en especial ese que reza que por la boca muere el pez, ilustrando el caso que nos ocupa. Resulta que en un ataque de originalidad sin precedentes, al señor Manzano se le ocurrió durante las pasadas navidades escribir en su blog una carta a los Reyes Magos -qué idea innovadora, rediós- en la que pedía con toda la fe posible en sus majestades, un gobierno autónomo en el que no existiera el "enchufismo". Como podrán imaginar, ese mensaje plasmado tecla a tecla con la ilusión de un niño que en esa mágica noche deja leche para los camellos, ese anhelo tantas veces soñado, ese deseo ubicado en lo más hondo del corazón, fue formulado durante su época en la oposición. Sin embargo, una vez llegado al poder -que como la propia palabra indica, puede con todo-, donde dije digo, digo Diego.
Y ahí está la madre del cordero y el quid de la cuestión: el honor y la palabra ya no tienen lugar en nuestra sociedad, es más, ni siquiera nos acordamos de su existencia. ¿Qué importa ya traicionar a tus conciudadanos y lo que es peor, traicionarte a ti mismo? ¿Qué más da mancillar tu nombre si al día siguiente otra noticia ocupará su lugar en las portadas? ¿Quién prefiere la honradez frente al dinero cuando nuestra escala de valores está patas arriba?
Es cierto que la fechoría del señor Manzano no es de una gravedad extrema, visto lo visto en el siempre candente mundo de la corrupción política, pero ya saben, se empieza empleando a familiares en puestos que deberían ser ocupados por verdaderos profesionales mediante un proceso de selección en toda regla y acaba uno vendiendo su alma al diablo, y perdiendo definitivamente no sólo el honor sino la vergüenza e incluso, en ocasiones, hasta la libertad tras unos barrotes.
Habrá gente que piense que es una cualidad anacrónica, pasada de moda e inútil en esta época que nos ha tocado vivir, pero existe una verdad irrefutable según la cual hay cosas en la vida que jamás le podrán arrebatar a aquél que obra con integridad y una de ellas es su honor, que no dará de comer, pero almenos alimenta el alma.