miércoles, 18 de mayo de 2011

Otro cadáver en el camino

Es asombrosa la enorme capacidad que tienen los políticos para defraudarnos, por más altas que sean las expectativas que hayan generado e infinitamente ciega la confianza que hayamos depositado en ellos. Es algo que por lo visto no entiende de edades ni nacionalidades. Y precisamente por la gran esperanza que había significado para la opinión pública el nacimiento de una figura con la posibilidad de cambiar mínimamente este mundo que se va al carajo, el caso de Barack Obama es más doloroso si cabe.
Aquel lejano día de Diciembre del 2009, cuando el presidente estadounidense recibió el Premio Nobel de la Paz, mucha gente se preguntó los motivos de tan dudoso honor -piensen que Henry Kissinger lo recibió en 1973- teniendo en cuenta las escasas decisiones tomadas por el entonces recién elegido presidente de la nación más poderosa del mundo. Fue un galardón entregado más por la fe en el trabajo por hacer que por el realmente hecho.
Con el paso de los meses hemos podido comprobar con gran desilusión que nadie que se ponga al frente de un estado, por muy poderoso que éste sea, puede revertir el sistema en el que estamos inmersos, y que únicamente serán las masas las que podrán hacerlo cuando despierten de su letargo. A pesar de convertirse en el presidente de los Estados Unidos, siempre tendrá por encima de su cargo a demasiadas personas, instituciones, bancos o empresas con unos intereses superiores al de la paz y la igualdad. Y con el tiempo, ya ven, se ha ido dejando arrastrar por la vorágine hasta que el propio sistema le ha engullido y ya no le reconoce ni la madre que lo parió, pasando a convertirse en otro cadáver en el camino de los que controlan el cotarro.
Las buenas intenciones -que a veces no fueron ni tan sólo buenas- quedaron en el olvido y los tiempos de crisis económica que vivimos no han ayudado precisamente a que esas promesas pasaran a ser realidades. A día de hoy, la prisión de Guantánamo sigue abierta y a pleno rendimiento, la presencia de tropas estadounidenses en Irak y Afganistán se mantiene intacta sin que haya variado su posición con respecto a la anterior administración Bush, las fuerzas aliadas -con EE.UU a la cabeza- siguen bombardeando Libia ante la búsqueda de un nuevo cabeza de turco que continue alimentando sus ansias expansionistas en la lucha por el control del oro negro. Pero la gota que ha colmado el vaso de los absolutamente descreídos con la gestión del presidente Obama, ha sido la eliminación de Osama Bin Laden en una actuación que ya no se molesta en esconder la huella del asesinato de Estado.
Se han cometido demasiadas atrocidades en los últimos años en el nombre de la seguridad y la lucha contra el terrorismo, y finalmente toda esa barbarie por parte de unos y otros ha culminado en una imagen que quedará grabada en nuestras retinas: la de miles de personas celebrando en Nueva York la muerte de Bin Laden con gran excitación.
¿Son los EE.UU el nuevo Dios omnipresente que guía a la humanidad por el camino de la justicia en estos tiempos en que la fe escasea? ¿Pueden decidir quién vive y quién muere sin ninguna consecuencia ante sus acciones? ¿Debe ponerse un Estado que presume de democracia al mismo nivel que una organización terrorista? ¿Los juicios han pasado a mejor vida, siempre y cuando la decisión de prescindir de ellos mejore las encuestas de popularidad? ¿Cómo ha llegado a triunfar la hipocresía en este mundo que ha olvidado el significado de la palabra paz?
Si el Sr.Obama tuviera un poco de vergüenza torera, llamaría a esos tipos sesudos de Oslo que viven al margen de la realidad y les diría: Oigan, quiero devolver mi premio. He comprendido que la guerra es más rentable que la paz.