sábado, 30 de octubre de 2010

La crisis agudiza el ingenio, o no

La historia que hoy les voy a contar es para mear y no echar gota, oigan. Yo creía -inocente de mí- que ya lo había visto todo en lo referente a la estupidez humana y a la gilipollez más absoluta, pero este caso me ha demostrado que no. Me vengo a enterar a estas alturas que con un poco de entrenamiento diario se puede llegar a ser más tonto que ayer pero menos que mañana, en este país donde la competencia en el ámbito gilipollístico es infinita ya que tenemos el índice más elevado de imbéciles por quilómetro cuadrado de Europa, y si me apuran, del mundo.
Leí la noticia en el periódico y créanme que todavía no salgo de mi asombro. Les juro que me pinchan y no echo sangre. Resulta que el otro día detuvieron a un matrimonio en la bonita y pintoresca población de Morón de la Frontera, provincia de Sevilla, por un delito contra la salud pública, es decir, expresándolo con palabras más asiduamente utilizadas por el pueblo llano y soberano: por vender coca.
Hasta ahí todo perfecto, otra de tantas detenciones por hacer negocio con la venta de sustancias prohibidas. Lo curioso del asunto, lo humorístico del tema -si no se tratara de algo tan serio- es que en esta ocasión la policía no tuvo que realizar seguimientos a los sospechosos, ni pinchar teléfonos, ni tirar de confidentes. Nada de eso. No fue necesario porque la feliz pareja se dedicaba a repartir octavillas por el municipio promocionando la venta de su producto estrella. Tal y como lo oyen. Sólo les faltó anunciarlo en la radio y la televisión, a los muy ineptos.
En los flyers que entregaban al personal podía leerse el siguiente texto: "Descuento de cinco euros por cada gramo de coca que me compres. El Arrebato de Morón, en la calle Zaharillas, 35", acompañado por la fotografía de un billete de cinco euros, por si quedaba alguna duda. Toma ya, con dos cojones, mote y dirección.
Sus deseos de expandir el negocio familiar les llevó a anunciarse para poder abarcar mercado más allá de su edificio, de su calle y de su barrio con esta genial e innovadora idea, nunca jamás antes vista. Con un pequeño problema, eso sí, la venta de cocaína es un delito y está penalizado, fíjate tú qué cosas, oye. Pero claro, las criaturas a lo mejor lo desconocían, o quizás pensaron que como en este país hay más mangantes que personas honradas, tal vez nadie iba a reparar en sus transacciones, tan ocupada como está hoy en día la policía con el terrorismo, la corrupción urbanística, la violencia machista, el top manta y la puta que nos parió. "¿Quién va a fijarse en nosotros, simples artesanos del corte y la distribución?" debieron cavilar sus prodigiosas mentes ante tal panorama.
Puede que también cayeran en la cuenta de que viven en España y aquí la impunidad campa a sus anchas, por lo que en el supuesto que les trincaran, entrarían por una puerta y saldrían por la otra, y mañana Dios dirá. Lo comido por lo servido.
La verdad, no sé en qué coño estarían pensando este par de linces, pero desde luego, este tipo de episodios sólo pueden pasar en nuestro país, lo cual me ha hecho recordar un chiste muy antiguo sobre la dictadura de Franco que casualmente leí hace poco en un escrito de Pérez-Reverte, y que decía: España una, porqué si hubiera dos, todos nos iríamos a la otra.

miércoles, 27 de octubre de 2010

El machote de Valladolid

Realmente no sabemos en manos de quién estamos. Confiamos en sus palabras, les damos nuestro apoyo en las urnas, esperamos que estén a la altura de las circunstancias y ejerzan su labor con responsabilidad, pero hay que joderse, siempre nos defraudan e incluso caen en la descalificación rastrera y gratuita, como en el caso que hoy les comento.
Supongo que ya habrán escuchado las inaceptables declaraciones machistas del señor Javier León de la Riva, alcalde de Valladolid por el Partido Popular, sin embargo hoy las reproduciré de nuevo por si hay algún despistado y cómo no, para que los amigos que viven fuera de España sepan cómo se las gastan algunos de nuestros políticos.
Pues bien, resulta que el señor alcalde declaró en una entrevista que la nueva ministra de Sanidad, Leire Pajín, iba a ser la alegría de la huerta repartiendo preservativos a diestro y siniestro y que cada vez que veía sus "morritos" siempre pensaba lo mismo.
No vayan a creer ustedes que fue un lapsus, un instante de enajenación mental transitoria, una metedura de pata que le puede ocurrir a cualquiera en un mal día. Nollll. Este tipo es reincidente cum laude en lo que a la mofa machista se refiere y a lo largo de su carrera ha dejado varias perlas que muestran su catadura política y moral.
En 2007, ante la paridad del gobierno Zapatero, expresó "no creo en paridades, me parecen paridas". En el mismo año hizo de nuevo unas vergonzosas declaraciones en alusión a Soraya Rodríguez, su contrincante socialista en las elecciones municipales, asegurando que "de aquí a mañana puede pasar cualquier cosa, hasta me podrían acusar de violar a la propia candidata, aunque la verdad es que..." insinuando la falta de atractivo de su oponente y haciendo entender que nadie sería capaz de tocarla ni con un puntero láser. Más sonado fue su enésimo comentario sexista, realizado en 2008. Esta vez el foco de sus iras machistas fue la ministra de Defensa, Carme Chacón, a quién calificó como "señorita Pepis vestida de soldado".
Al escuchar todas estas barbaridades, uno se pregunta si el señor alcalde tiene esposa, hijas o nietas, y en tal caso, qué pensarán de sus salidas de tono. A mí al menos, se me caería la cara de vergüenza si tuviera a este personaje como marido, padre o abuelo. También me pregunto -aunque ya sé las respuestas- cómo es posible que el señor León de la Riva siga manteniendo su cargo político. Tal es la impunidad de sus excesos verbales que ningún miembro del PP le ha exigido explicaciones ni le ha invitado a plantearse la dimisión. El propio líder de su partido, Mariano Rajoy, calla y otorga, e incluso ha enviado algún que otro mensaje de apoyo al angelito.
Al menos, alguien con dos dedos de frente en medio de este putiferio debería recordarle a este imbécil -elegido democráticamente-  que su labor no sólo consiste en representar al ayuntamiento o dirigir la administración municipal, sino que también debe ser el primero en dar ejemplo a la ciudadanía y no promover la discriminación y la falta de respeto hacia las mujeres.
Luego pasa lo que pasa y llegan las lamentaciones, y nos ponemos las manos en la cabeza, pero es que nada bueno podemos esperar de un país cuyos líderes políticos han perdido la educación y el respeto. La política española se ha convertido en una pelea de barro donde todo vale, golpes bajos, escupitajos en el rostro, y por supuesto, menciones a la madre.
Como Juan Palomo, ellos se guisan y se comen el suculento manjar político mientras los ciudadanos asisten al espectáculo, impávidos en algunos casos y entusiasmados en otros, como si se tratara de otro reality más de nuestra telebasura diaria.
Dicen que cada sociedad tiene los políticos que se merece, y este hecho me hace pensar algo que sospecho hace tiempo: que debimos ser muy hijos de puta en una vida anterior.

viernes, 22 de octubre de 2010

Barricadas las justas

No sólo nos separa una frontera sino un abismo social.
Francia se ha enfrentado a la novena huelga general en lo que va de año, con más de tres millones de personas echándose a las calles de París, y claro, nos ponemos a hacer comparaciones y le entran a uno ganas de llamarse Jean Paul o Michel y de enviar a este insufrible país llamado España a donde picó el pollo.
Nuestros vecinos del norte se toman muy en serio las conquistas sociales que tanta sangre y esfuerzo les ha costado conseguir como para que ahora venga cualquier pequeño Napoleón de pacotilla a tocarles la entrepierna y a decirles a qué edad se tienen que jubilar.
La revuelta está en el ADN de los franceses y así lo han demostrado a lo largo de su historia, con hitos universales como la revolución de 1789 o el Mayo del 68, todavía grabado en la retina de nuestros padres. De momento la presión sindical y social ha servido para paralizar medio país ante la preocupante falta de combustible y ha conseguido que el Senado francés aplace la votación del proyecto de reforma de las pensiones e incremento de la edad de jubilación.
Ahora traten de imaginar una situación semejante por estos lares, al otro lado de los Pirineos. Ni hartos de vino peleón, vamos, porque en España confundimos la paz social con el pasotismo y el aletargamiento. Aquí el personal se queja, claro que sí, pero en petit comité, con los compañeros del trabajo o junto a los amigos en un bar y frente a unas cañas, para poner a caer de un burro al presidente del gobierno, al líder de la oposición, al alcalde del pueblo y si se le calienta la boca, hasta a la suegra.
Pero a la hora de la verdad, cuando toca plantarse, exigir lo que nos corresponde como pueblo, defender nuestros derechos ante la incompetencia y desvergüenza de gran parte de nuestra clase política, curiosamente siempre tenemos algo más importante que hacer o esperamos que alguien tome la iniciativa por nosotros. No importa que haya una tasa de desempleo del veinte por ciento, ni que se apruebe una reforma laboral injusta, ni que nos recorten el sueldo, ni que el recibo de la luz suba un trimestre sí y el otro también, ni que pretendan incrementar la edad de jubilación de los 65 a los 67 años. Tampoco importa que la ministra de economía, Elena Salgado, amenace con tomar nuevas medidas impopulares si fuera necesario, ante la crisis que nos acecha, que por supuesto sufriremos los de siempre.
A semejante desaguisado nos hemos acostumbrado en esta democracia ficticia que nos han vendido, haciéndonos creer que el pueblo es soberano. No existe tal democracia cuando tan sólo ejercemos nuestro derecho al voto una vez cada cuatro años y no tenemos la opción de posicionarnos ante los grandes temas de estado, ya sea a través de referendos o plebiscitos como ocurre en otros paises. Uno de los ejemplos más sangrantes es el hecho de que tras treinta años de democracia, no hayamos tenido la posibilidad de decidir qué tipo de estado queremos, república o monarquía, ésta última impuesta -recordemos- por el dictador que rigió el destino de España durante cuarenta años. De nada han servido tampoco las recogidas de firmas, ni las manifestaciones, ni las huelgas, en este país que elige presidentes reconvertidos con el tiempo en caciques demagogos que pierden el sentido de la realidad y el pulso de la calle.
Han pasado más de cuarenta años del mítico Mayo del 68 y tras el desencanto de aquel sueño que nunca fue, hemos comprobado que bajo los adoquines no había arena de playa. Extrapolando la mítica frase revolucionaria a la España actual, se puede confirmar que aquí nunca hubo ni adoquines ni arena de playa, tan sólo un espeso lodo pantanoso que todo lo cubre. Pero no se preocupen, mientras el hambre no apriete y nos metan Gran Hermano en vena para evadirnos de la triste realidad, quién necesita barricadas ni consignas a voz en grito. Y que salga el sol por Antequera.

domingo, 17 de octubre de 2010

¿Por qué mon amour?

Lo que más le enamoró de él fue aquella planta de actor de Hollywood y esa mirada penetrante, cuando sus ojos se cruzaron en un cine de verano. Saltaron chispas al primer instante, ambos pudieron sentirlo.
Volvieron a encontrarse brevemente alguna que otra vez hasta que meses después coincidieron en un baile y por supuesto, él la invitó a bailar un "agarrao". Sus pies se deslizaban por la pista al ritmo de unos corazones que latían silenciando la música. Fue una noche maravillosa. Desde aquel preciso instante ya no se separaron jamás.
El primer beso, tierno, a escondidas en aquel portal bajo la tenue luz de una farola, los abrazos infinitos y dulces, los paseos junto al mar imaginando un futuro próspero y rebosante de felicidad, la pedida de mano y la posterior boda que celebraron en un discreto restaurante familiar. Pequeños pasos que les llevaron a la independencia y al goce de sus almas y sus cuerpos en plena libertad.
Llegaron los hijos, cuatro nada menos, y con ellos las primeras desavenencias. Él no quería que ella trabajara, para poder ejercer ejemplarmente sus obligaciones como ama de casa y criar a los chicos como debe ser. Por aquella época fue, cuando apareció un sábado por la noche, el primero de tantos que vendrían después, borracho y desencajado, despertando a los niños que dormían inocentes. Aquella discusión acabó con sendas bofetadas marcadas en el delicado rostro de ella, que lloró durante toda la noche hasta saciar la rabia que le comía por dentro.
A la mañana siguiente, ya saben, el perdón llamando a la puerta y la afligida abriéndola de par en par. Primero por los niños, más tarde porque le quiero y al final, qué carajo, porque quizás me lo merezco. La manipulación psicológica suele llegar a estos extremos en los que no hay más culpable que la propia víctima.
Y los años pasan y los chicos crecen. Abandonan el nido y hacen su vida mientras ella echa de menos los recuerdos y confirma que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Un sueño le perseguía hacía ya tiempo. Una imagen preciosa, idílica, un cuento de hadas. Él siempre le prometió un viaje a París pero nunca fue hombre que cumpliera sus promesas. En ese sueño repetido se veía paseando junto a los puentes del Sena, bajo un sol anaranjado que trataba de esconderse. Y cada día lo soñó durante meses, añorando al despertar la mágica luz de París, a pesar de que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.
Aquella noche volvió de nuevo apestando a alcohol, pero no lo hizo solo. Portaba su escopeta entre las manos y por primera vez en su vida cumplió una promesa, repetida cientos de veces durante años y llevada por fin a cabo. "Te mataré, te mataré".
Ella recogió aquel cartucho de pólvora entre sus senos como a un hijo que vuelve al hogar tras la batalla, con alivio y alegría. Al fin acababa el sufrimiento y quizás volvería a ver el sol. Mientras se desangraba -inmóvil, observando cómo él se volaba los sesos- se preguntó: ¿Por qué mon amour? ¿Por qué hemos acabado así pudiendo haber sido tan felices?
Ésta podría ser otra de tantas historias que acaban con la muerte de una mujer a manos de su pareja. En lo que va de año ya hemos superado la cifra de mujeres asesinadas durante el 2009. Ante esta lacra que nos golpea, tan solo cabe decir: BASTA YA.

sábado, 16 de octubre de 2010

El águila que nunca duerme

Hay días en que leo los periódicos y me hierve la sangre. Tengo que admitir que me dan ganas de hacerme con una recortada y volarle sus íntimas partes a algún hijo de puta. Pum, pum, y hasta luego Lucas, castrati de por vida.
La mala sangre que me resbala por el colmillo afilado viene provocada por una noticia que vi publicada la pasada semana en el diario Público, en la que aparecía un tipo llamado Josep Anglada presentando su libro -no mencionaré el título para no hacerle publicidad gratuita- en Madrid.
Pues bien, resulta que el tal Anglada -un animal de bellota como el sombrero de un picador- es el líder de un partido político de ultraderecha llamado Plataforma per Catalunya y candidato a la Generalitat en las próximas elecciones autonómicas.
A la presentación acudía lo más granado del facherío nacional, desde periodistas de Intereconomía hasta el secretario general del sindicato Manos Limpias, conocido por interponer varias demandas contra el juez Baltasar Garzón. Quien no pudo asistir, pese a que su presencia estaba anunciada, fue Jesús Neira debido a unos problemas familiares. Una verdadera lástima que no pudiera iluminar a tan distinguido grupo de salvadores de la patria con su verborrea incendiaria.
La presentación se convirtió en lo que todos esperábamos ante tal congregación de fascistas por metro cuadrado. Relamiéndose como perros y animándose unos a otros, la apología del racismo y las proclamas xenófobas camparon a sus anchas, arropados por la libertad de expresión que antes denostaban. "Nos va a tocar a los valientes expulsar a los musulmanes de nuestro país", vitoreaba Anglada. "¡Y a los sudacas!", añadía alguien entre el público entregado.
Parece mentira que podamos escuchar estas palabras de boca de un tipo que pretende regir el futuro de los catalanes. Respiro, al menos, aliviado al pensar que este aprendiz de caudillo obtendrá un porcentaje insignificante en las urnas el próximo Noviembre, sin embargo es preocupante comprobar como este tipo de partidos extremistas van encontrando su espacio dentro del panorama político en época de crisis.
En estos momentos de dificultad es cuando buscamos culpables a nuestros males y claro está, no apuntaremos nuestros dardos cargados de ira contra los bancos, ni contra los políticos ineptos y corruptos que vacían ayuntamientos, ni contra las empresas que aprovechan la situación para llevar a cabo expedientes de regulación, ni contra los sindicatos que se acuerdan tarde y mal de mover ficha, ni contra la puta que los parió a todos. La culpa, por supuesto, la tienen los inmigrantes que nos vienen a quitar el trabajo y si nos descuidamos, la mujer y la casa, que menudos son.
El fenómeno se está expandiendo por el viejo continente, donde los partidos ultraconservadores están rebañando los votos de esa gente que se deja amedrentar por el miedo al extranjero y demás bazofia que vomitan a diario sus representantes políticos, muchos de ellos melancólicos de tiempos pasados en que una cámara de gas hacía el trabajo sucio.
Lo que me resulta difícil de entender es que nuestro país pueda entrar en esa espiral contagiosa y entierre su memoria en un profundo hoyo tan enorme como su estupidez.
Nadie recuerda ya que el nuestro fue durante muchos años país de emigrantes que se marchaban con una mano delante y otra atrás en busca de un mejor futuro para los suyos. Qué lejos ha quedado el hambre y la necesidad en nuestra actual sociedad empachada, engreída cual nuevo rico y desmemoriada. Qué triste comprobar que aún queda gente como Josep Anglada que enarbola la bandera del odio y el racismo, ante lo cual, señor Anglada, lo que me pide el cuerpo es cagarme en sus muertos más frescos y desearle que algún día la vida le obligue a abandonar España y sentir la nostalgia, el desprecio y la humillación en carne propia.

martes, 12 de octubre de 2010

Rompan filas y tratados

Lo reconozco, se me ha saltado la lagrimita.
La nueva campaña publicitaria que ha aparecido en los medios de comunicación coincidiendo con el día de la fuerzas armadas del doce de Octubre le toca a uno la fibra sensible. Snif.
En ella podemos observar a una niña negrita sonriendo y con el brazo en cabestrillo, un simpático jubilado y un soldado barbudo con un curioso parecido al príncipe Felipe, mirando al frente. Los tres personajes aparecen -no pasen por alto el bonito detalle- haciendo el saludo militar que tanto envalentona a los uniformados, entre mensajes informativos que destacan el bien que han hecho nuestros soldados a la sociedad durante todo este tiempo. Tengo que admitir que mi favorito es: "Más de 180 intervenciones en incendios, inundaciones y nevadas".
Y claro, ve usted ese anuncio en los periódicos o en la televisión y rediós, le entra la duda existencial. A mí por lo menos me tiene sumido en la indecisión más absoluta. Esto del ejército parece tan divertido y tan chupi que el próximo fin de semana no sé si saldré de fiesta o me alistaré a darlo todo por España y por aquellos que necesiten mi humilde ayuda.
La verdad es que estamos tan acostumbrados a que nos avasallen con publicidad engañosa que cuando tenemos frente a nuestras narices el paradigma del gato por liebre, ni nos damos cuenta.
Tras la profesionalización del ejército durante el gobierdo de Aznar -quién nos lo iba a decir- el déficit de soldados ha sido la tónica habitual durante estos años, a pesar de que se han adoptado medidas para contrarrestar la tendencia, como aceptar el acceso de inmigrantes hispanoamericanos y de Guinea Ecuatorial o reducir el coeficiente intelectual exigido para poder ingresar en las fuerzas armadas. Todo ello, claro está, acompañado año tras año por la campaña publicitaria de alistamiento oportuna.
Campañas en las que nos venden el ejército como una aventura, como un campamento de verano para hacer amiguitos extranjeros y ver mundo, como un sueldo seguro a cambio de repartir juguetitos y predicar entre la población -que lleva años matándose a tiros- que eso de la guerra no está bien, que guerra caca.
Lo que nadie cuenta en esos anuncios es que la realidad de la guerra es otra. Es tan simple como el hecho de que puedes matar o puedes morir, tal y como se ha venido haciendo desde el inicio de los tiempos y se hará, por desgracia, hasta que se extinga la raza humana porque el hombre siempre estará ligado a la violencia, la venganza y la codicia, tres miserables razones que han provocado tantas guerras y tanto dolor a lo largo de la historia.
Nadie muestra tampoco en esos anuncios a los mutilados, los desfigurados, los ensangrentados de pies a cabeza o las condiciones de los campos de refugiados.
El poder nos sigue mintiendo con la más que recurrida excusa de la participación en tareas humanitarias. Si el estado español cree que el papel de nuestro ejército en los conflictos bélicos es el de ayudar a los lugareños, debería replantearse el gasto de millones y millones de euros anuales en armamento por parte del Ministerio de Defensa. A ojos de la población se ha producido un cambio en las funciones originarias de las fuerzas armadas por lo cual se debería hacer desaparecer tal ministerio y crear una institución estatal formada por diversas ONGs, que son las que verdaderamente saben y tienen experiencia en desarrollar ayuda humanitaria a la población necesitada. Sin embargo, eso no será posible mientras los ejércitos sean una rama más del gran árbol del poder y del gran negocio económico de la guerra.
La triste realidad es que el auténtico papel de nuestras fuerzas armadas es bailarle el agua a los grandes poderes económicos y a los Estados Unidos de América, que son quienes crean las guerras para su propio beneficio. Nuestro rol es pasar por el aro de la OTAN o de Naciones Unidas y hacer de simple comparsa tras la invasión de turno o permanecer en lugares donde no somos bienvenidos, y con razón.
Pienso de nuevo en el anuncio e imagino a esa mujer afgana que va a buscar agua a un pozo y se encuentra con talibanes que la quieren poner mirando a la Meca antes de lapidarla por no vestir el burka, o se topa con un par de yanquis uniformados -son igual de peligrosos- que quieren vengar la muerte de su compañero, el cabo Mike Smith, la noche anterior. Y en eso que aparecen nuestros soldados españoles cargados de medicinas, víveres o juguetes y no les queda otra que emprenderla con los malos lanzándoles ositos de peluche. Así acabaremos en este hipócrita país que defiende la alianza de civilizaciones mientras mantiene sus tropas en Afganistán y el Líbano o vende armas a Israel, en este cobarde país que quiere estar presente en los conflictos bélicos pero sin estar, es decir, la puntita nada más y no tiene los cojones de decirle al señor Obama, al señor Ban Ki-Moon o a quien carajo sea: "mire usted, a mi ya me pueden estar borrando".

jueves, 7 de octubre de 2010

Asín de claro te lo digo

Ya les he contado alguna vez que mis viajes en transporte público no tienen desperdicio. Esta vez fue en el tren de cercanías donde presencié una conversación entre dos chicas de unos veintitantos años.
No vayan a creer ustedes que me he convertido en un cotilla que anda husmeando en conversaciones ajenas. Nada de eso. Las palabras que brotaron de la boquita de la niña no sólo las escuché yo -cierto es que estaba bien cerca- sino medio vagón, debido a su desagradable tono de voz y al excesivo nivel de decibelios emitido. La joven, que vestía una elegante camisa blanca y pantalones negros en plan ejecutiva, le explicaba a su compañera de butaca la recriminación de la santa madre que la parió hacia su persona, debido al hecho que se gastara el dinero -y cito textualmente- asín como asín. Y asín de ancha se quedó, oigan.
Sé que estamos acostumbrados a semejantes patadas al diccionario sin que ya nos chirríen los oidos. Sé que en televisión aparecen demasiados personajes con encefalograma plano que no son capaces de trenzar sujeto-verbo-predicado y que a pesar de ello convertimos en ídolos de masas y en ejemplo a seguir para nuestros jóvenes. Sé también que nuestros políticos, los cuales deberían dominar el idioma español a un nivel acorde al puesto que desempeñan, son los primeros en ponerse y ponernos en ridículo con su vocabulario hasta el punto de llegar a preguntarnos en manos de quién estamos.
Sé todas esas cosas pero no me resigno a creer que a estas alturas de la película, nuestro país siga anclado en la incultura, mucho menos tras lograr la escolarización obligatoria hace ya algunos años. Tiene un pase que generaciones anteriores, obligadas a abandonar tempranamente los estudios para trabajar, no hayan podido obtener la cultura y la expresión oral deseadas -aunque muchos de ellos se expresen mejor que cualquiera de nosotros- pero lo que tiene delito es que actualmente, una parte significativa de la juventud española hable inventándose todas las palabras que les salga del ciruelo.
El monologuista Toni Moog explicó una historia en uno de sus espectáculos, que le viene como anillo al dedo al tema que hoy les comento. Hablaba de esos chavales que conjugan erróneamente el pasado de algunos verbos y afirmaba que si se encontrara con alguna de esas chicas, almenos follaría, ya que le preguntaría: "¿Qué hiciste ayer con tu novio?", a lo que ella respondería: "Ayer follemos". "Pues follemos, follemos", remataba Moog.
Por mi parte, lo cierto es que ya estoy hasta los mismísimos de los asín, de los cantemos y disfrutemos,¡qué bien que nos lo pasemos! -cuando en realidad ayer cantamos y disfrutamos- de los fuistes -cuando en verdad fuiste e incluso volviste- de los me se cae -cuando en todo caso se me cae- de los pogramas, las cocretas, los celebros, las almóndigas y tantas otras palabras que me dejo en el tintero debido al limitado espacio que le suelo dedicar al artículo de turno.
En fin, Serafín, debido a la experiencia que precede tales hechos, en lugar de corregir esos errores del lenguaje cada vez más habituales, he optado por hacer de mi capa un sayo y que cada uno sea dueño de sus miserias.
Total, si a todo se acostumbra uno. Quizás con el tiempo me dé por abrazar la vulgaridad y sentarme en los sofales mientras me bebo un par de cafeses.
Asín de claro te lo digo.

In memoriam

El pasado dieciocho de Junio falleció a la edad de ochenta y siete años el genial escritor portugués y premio Nobel de literatura, José Saramago.
No quería dejar pasar la oportunidad que me brinda esta ventana abierta para rendirle un sincero homenaje al que fue un literato de pluma exquisita y reivindicar la figura de un hombre íntegro, de firmes ideales.
Nacido en el seno de una humilde familia campesina, abandonó de manera temprana los estudios para colaborar en la economía doméstica, trabajando en un taller de herrería durante un tiempo. Posteriormente tuvo otras ocupaciones como administrativo o empleado en una compañía de seguros. Durante estos años escribió un par de novelas que no obtuvieron reconocimiento alguno e hicieron que su explosión literaria fuera tardía, concretamente en 1980, tras publicar su primer gran éxito editorial: "Alzado del suelo" (Levantado do Chao)
A partir de ahí, forjó un camino sembrado de grandes títulos caracterizados por un estilo inconfundible e innovador -no marcaba los diálogos con los habituales guiones- y desbordante de imaginación. Sus humildes orígenes formaron una personalidad combativa y alimentaron el transfondo social y político de sus obras, que se convirtieron en una clara denuncia del mundo que nos ha tocado vivir.
Durante la dictadura de Salazar, ingresó en el Partido Comunista portugués en la clandestinidad, y ese activismo que plasmó en su obra y en la vida le llevó a denunciar enérgicamente las injusticias que veía a su alrededor y a pronunciarse sobre los conflictos políticos de su época, como el no a la guerra de Irak, la lucha contra el terrorismo de ETA, la defensa del pueblo saharaui o la denuncia de la impunidad del estado israelí sobre Palestina.
Fue muy crítico con la sociedad capitalista y el modelo de consumismo exacerbado en el que vivimos, al igual que lo fue con la democracia actual, a la que consideraba ficticia e insuficiente.
Portugués hispanizado, siempre creyó -e incluso vaticinó- en la creación de una confederación ibérica en la que España y Portugal fueran de la mano en una nueva Europa. Así lo escribió en su obra "La Balsa de piedra", en la cual la península, debido a una grieta en los Pirineos, se fragmentaba del resto del continente, quedando como una gran isla flotante a la deriva.
Conocidos han sido también sus enfrentamientos con la iglesia católica. En 1991, "El evangelio según Jesucristo" levantó una gran polémica en su país ya que el contenido fue considerado como una grave ofensa a los católicos. Debido a este motivo, el gobierno portugués vetó la obra y se negó a presentarla al Premio Literario Europeo. Como acto de protesta ante este incidente, Saramago decidió abandonar Portugal y fijar su residencia en Lanzarote junto a su mujer, la periodista y traductora Pilar del Río. Años después, confesó que finalmente debía estar agradecido al gobierno de su país por la toma de aquella decisión que le permitió disfrutar de la vida y la escritura en un lugar tan maravilloso y privilegiado.
Otro libro que levantó ampollas entre la iglesia portuguesa e incluso en el Vaticano fue su última obra "Caín", en la que proclamaba rotundamente: Dios no es de fiar. ¿Qué diablos de Dios es éste, que para enaltecer a Abel desprecia a Caín?
Duele perder a una de esas personas que intentan hacer del mundo un lugar más habitable para todos, a un hombre ligado a su conciencia, crítico y sensible al sufrimiento humano.
Si estas lineas han servido para que alguien se sienta interesado en la lectura de alguna de sus geniales obras -ya inmortales y universales- me doy por satisfecho.
Ha muerto un genio, pero por encima de todo ha muerto un buen tipo.

Sombreros y diarreas mentales

Madrid, años 30. Cuenta la historia que la pintora Maruja Mallo y Concha Méndez, poeta de la Generación del 27, inauguraron el "sinsombrerismo" -término bautizado por Gómez de la Serna- al recorrer las calles de la capital con la cabeza descubierta, provocando un auténtico escándalo entre los transeúntes, en una época en que toda mujer "respetable" debía aparecer en público con la cabeza cubierta. Con los años, el "sinsombrerismo" se asentó y pasó a ser una moda normalizada entre la población. Este cambio de costumbres en el vestir provocó que no pocas sombrererías empezaran a introducir la venta de otros productos en sus comercios e incluso trataran de invertir la tendencia mediante la publicación de anuncios publicitarios con tintes políticos, como fue el caso de un sobrerero madrileño que utilizó como eslogan para su negocio: Los rojos no usaban sombrero.
Han pasado ochenta largos años desde entonces y hoy he recordado esta fantástica anécdota al toparme en menos de media hora con dos adolescentes que lucían sendos sombreros en sus testas aún desamuebladas. Dicho complemento, tan clásico en otras épocas, era la rúbrica de estos muchachos a un atuendo que completaban con tejanos roídos, camiseta y bambas de lengüeta quilométrica.
Y ahí es donde quería yo llegar. El retorno del sombrero a la primera linea de la vestimenta popular -aunque no tan generalizado como entonces, desde luego- no se materializa por una cuestión de elegancia ni de educación. Es simplemente porque la moda lo ha dictado así y las grandes firmas de la costura han dicho que este año se lleva y punto.
Apuestan sobre seguro y lo saben, no arriesgan lo más mínimo porque conocen el percal. El borreguismo de nuestra sociedad ha llegado a tal punto que nada se cuestiona y nunca antes ha estado tan vigente ese original dicho español que proclama: culo veo, culo deseo. Nos dejamos llevar por la corriente a ciegas, sin el más mínimo salvavidas -en forma de crítica u objeción- que llevarnos a la cintura.
Imaginen ustedes esas reuniones de los grandes directivos de la moda mundial en sus oficinas de Nueva York, París o Milán, alrededor de una mesa alargada, riéndose de todos nosotros y llenándose los bolsillos. Piensen por un momento en esas conversaciones. Visualicen al señor Smith diciendo que para la próxima temporada se van a llevar los pantalones piratas de color fucsia a topos amarillos con gorro de piscina a juego, y a su colega, el señor McDonald comentando la jugada, expresando el hecho de que quizás eso sea pasarse de la raya, que la gente dirá "oiga, por ahí no paso", que una cosa es forrarse y la otra humillar a la peña y tal, consciente del timo de la estampita que ejecutan sin escrúpulos. Pero el señor Smith, que es perro viejo, sabe de lo que habla y también sabe que si se ponen de acuerdo, el próximo año llevará piratas fucsias y gorrito hasta el apuntador.
Y en esas estamos, formando parte de esta sociedad sin personalidad que le da lo mismo ocho que ochenta con tal de ir a la última.
Me juego el brazo derecho a que el día menos pensado aparecerá en la pasarela Cibeles una de esas señoritas anoréxicas desfilando con una mierda de perro en la cabeza. El diseñador, dándoselas de intelectual, defenderá su obra como una metáfora sobre el hombre y su fracaso ante la búsqueda de la paz mundial, y nos convencerá de que ése es el último grito. Pero ojo, no pasen por alto lo esencial del invento, ya que lo más in, lo más cool, según el autor, es lucir el mojón bien calentito, recién salido del horno.
Y es que ya lo estoy viendo. Cientos, por no decir miles de gilipollas pidiéndole a su vecino que no, por favor, que no recoja la defecación del perrito con la bolsa, que si no le supone ningún inconveniente se lleva la mierda puesta. Y aquí paz y después gloria.
Tal como está el patio, lo dicho, me juego el brazo y no lo pierdo.

Los amigos ausentes

El pasado fin de semana asistí a una cena de cumpleaños en la que nos reunimos varios amigos, algunos de los cuales hacía días e incluso semanas que no veía. En este sentido, es curioso lo poco que nos exigimos y lo mucho que nos recompensamos. La vida es así de caprichosa y el tiempo nos acerca y separa a su antojo.
Durante el encuentro hablamos de nuestras cosas, ya saben, amores, viajes, libros, películas y tantas otras cosas que nos mantienen vivos ante el futuro incierto que se cierne sobre nuestra generación. Sin embargo, el pasado siempre llama a la puerta y lo hace en forma de historias que habremos oído y explicado cientos de veces -ya tenemos una edad- pero lo volvemos a hacer como si fuera la primera. Y es en ese jodido instante cuando aparecen los amigos ausentes, protagonistas o secundarios de muchos de esos recuerdos que desearíamos revivir con sólo cerrar los ojos.
Están lejos y lo asumimos, pero a pesar de la distancia siguen en nuestro pensamiento.
En esta ocasión, la anécdota es ya lejana -Formentera y una vespa, no diré más- y en ella aparece un amigo que actualmente vive a caballo entre Chile y Méjico, y que ya lleva demasiados años lejos de casa. Nos vemos, con suerte, un par de veces al año, pero siempre que regresa parece que fue la noche anterior aquella en que nos despedimos después de tomar unas cervezas y confesar nuestros anhelos. Ahora mismo, mientras le estoy dando al teclado, juraría que fue hace unas horas cuando nos vimos por última vez y nos reimos hasta la lágrima -ciertamente solemos hacerlo- pero la cruda realidad es que no. La verdad es que se le extraña y que todo ese tiempo perdido nunca se podrá recuperar.
Lo mismo me ocurre con mis amigos del Uruguay, aunque nuestra historia sea más joven y con menos recorrido. La amistad se va alimentando con cada llamada telefónica, con cada e-mail, con cada frase, tecla a tecla, que recorre diez mil quilómetros de un plumazo. Sin embargo, ese sentimiento de vacío en el alma no te abandona ni se olvidan las horas de conversación mirándonos a los ojos, los abrazos que te erizan la piel, las noches entre las dunas, guitarra en mano, bajo el cielo de Cabo Polonio o el mate a cualquier hora y lugar del querido paisito.
Estoy loco por volver, todo el mundo lo sabe. Y hasta que llegue ese momento. lo único que me queda en los bolsillos es la ilusión del reencuentro, sentir esos nervios en el estómago antes del aterrizaje, imaginar una y mil veces ese cálido abrazo en pleno aeropuerto.
Es cierto que nos separan muchas cosas y el tiempo se convierte en enemigo, pero ante el desafío de la ausencia te das cuenta que no basta un océano para silenciar los sentimientos humanos de amistad y fraternidad y que a pesar de lo que digan algunos, la distancia no es el olvido.
Hasta ese día, que más pronto que tarde ha de llegar, maldigo los aviones que nunca tomaremos y los besos que nadie sabe adónde irán a parar.

El olor de los recuerdos

No somos concientes de lo que realmente somos capaces ni de qué extraños mecanismos y conexiones gobiernan nuestro cerebro.
Hace pocos días me sucedió algo realmente curioso y digno de mención. Iba por la calle pensando en mis cosas -lo justito, tampoco se piensen ustedes que ando muy sobrado de pensamientos- cuando me embriagó un olor característico, un perfume familiar de esos que tan solo la naturaleza es capaz de crear. Hierba recién cortada.
Ese olor, cual máquina del tiempo, me transportó a años pasados y felices a través de los recovecos de la memoria. Me vi de crío, en nuestro pequeño balconcito que daba al parque, mirando aquellos hombres vestidos de verde cómo cortaban el abundante pasto que rodeaba el perímetro de la gran zona de paseo y juegos infantiles. Recuerdo cómo la fuerte fragancia impregnaba de tal forma el ambiente que incluso costaba inspirar el contundente aire sin notar un cosquilleo en la nariz.
Y así, por asociación de ideas, aparecieron en mi mente imágenes de la infancia, una tras otra, con aquel color amarillento de verano en la retina. Carreras de bicicletas en las que jugábamos a policías y ladrones -los chicos de hoy no sabrían elegir entre los doscientos cuerpos existentes en España- en los que acabábamos con más rasguños que el Lute, o los juegos y peleas continuas con mi hermana por cualquier cosa, que mi madre interrumpía acechando con la zapatilla. Sin embargo hay dos momentos imborrables de aquellos veranos sin preocupaciones.
Los partidos de fútbol constituyen el primero, sin duda alguna. Todo empezaba con un alarido a pie de calle ante el cual mi madre, rauda y veloz -santa paciencia la suya- me lanzaba la pelota desde lo alto del balcón y arrojaba al viento su  eterna cantinela: "Ten cuidado". Los encuentros eran interminables, ya fueran de tres contra tres, en los que la parte inferior de dos bancos de hierro hacían las veces de porterías, o de veinte contra veinte, durante los cuales se iban incorporando cualquiera de los chavales del barrio que acabaran de llegar al parque, lugar común de encuentro.
Imitábamos a nuestros ídolos balompédicos y nos dejábamos la piel -a veces literalmente- por ganar el partido y llegar a casa con el deber cumplido y el orgullo por las nubes.
El otro momento mágico, porque mágica fue y seguirá siendo aquella noche, era la verbena de San Juan. Durante la semana que precedía al gran acontecimiento, los chicos nos juntábamos con el fin de encontrar las maderas que formarían la gran hoguera, ubicada en un descampado que actualmente se ha transformado -¿adivinan?- en una gran manzana de viviendas. Era una emoción indescriptible que vivíamos como auténticos aventureros en busca de nuestro Eldorado. Todo el esfuerzo y nerviosismo de los días previos, culminaba con el momento más esperado, cuando veíamos arder aquel castillo de maderas y cartones, construido por todos los muchachos del vecindario. Al resplandor de la hoguera, la noche continuaba en el parque, haciendo explotar toda clase de petardos y fuegos de artificio que ahuyentaban nuestros miedos y purificaban nuestra alma mediterranea. Pólvora y fuego, como tantas generaciones habían hecho antes.
Pero no todo acababa ahí. Al día siguiente, bien temprano, mi primo Carlos -vecino y compañero de aventuras- venía a buscarme a casa para realizar una inspección por el campo de batalla y recoger aquellos petardos que no hubieran explotado. Después del duro trabajo realizado y a plena luz del día, nos dábamos un último homenaje, mechero en mano, despidiéndonos de San Juan hasta el próximo verano.
El olor a hierba, como recordarán, fue el hilo conductor que me devolvió a aquellos años maravillosos. ¿Cual será ese futuro hilo que transportará a las criaturas del siglo XXI a su infancia? Imagino que la fragancia a hierba recién cortada o a tierra mojada no será su caso, ya que en los parques actuales brillan por su ausencia. La única hierba que se puede encontrar es la que fuman los adolescentes, sentados sobre los respaldos de los bancos. Los parques de hoy en día son grises,como el tiempo en que vivimos, sembrados de hormigón y pijaditas de diseño para que se vea lo modernos que somos todos.
Total, dirán sus creadores e ideólogos, si los niños ya no juegan en la calle. Su itinerario es más simple que el mecanismo de un sonajero: de casa al colegio y del colegio a casa, a jugar con alguna de las consolas o con el ordenador. No tienen la libertad que teníamos nosotros a su edad. Son esclavos de la sobreprotección y del individualismo de nuestra sociedad vieja y enferma, falta de valores, sueños y savia nueva.
Y créanme que lo siento cuando afirmo que nuestra sociedad está muy jodida, pero cada pueblo tiene la que se merece, y me temo que lo peor aún está por llegar.

Las dos Españas del S.XXI

Las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno.
Pensaba en este entrañable -a la par que fino- dicho popular mientras escuchaba una conversación entre dos chavales que no debían tener más de dieciocho años. Le daban vueltas al tema político estrella en estos días que están acabando de finiquitar otro verano de calor, tanto en lo climático como en lo social, con una huelga general a la vuelta de la esquina.
Hablaban, como decía, de la expulsión de gitanos en Francia y de la bronca política formada tras el tirón de orejas -y de algo más- de la Vicepresidenta de la Comisión Europea, Viviane Reding al gobierno de Sarkozy, asunto este en boca de todos, incluso presente en las conversaciones ilustradas de nuestros cachorros entre partida y partida de Playstation.
Metidos ya en harina, uno de ellos comentaba sobre el gobierno galo que "expulsan a los gitanos y encima les echan la bronca", como queriendo hacerle ver al compañero que deberían ponerle a Sarko una estatua ecuestre en la Plaza de la Concordia de París, para que luego digan que nadie es profeta en su tierra.
No saliendo de su asombro, el otro joven replicó similar afirmación con otra joya dialéctica digna de enmarcar: "que los dejen vivir tranquilos que no hacen daño a nadie", soltó el menda.
Estas dos simples opiniones, aunque ustedes no lo crean, no son pensamientos inocentes y sin contenido de chavales que ven demasiados debates estridentes en televisión antes de irse de botellón. Son un claro ejemplo de las dos Españas, pero alto ahí, no me malinterpreten. No hablo de aquella España de rojos y nacionales ya caduca, rancia y pasada de moda, sino de una nueva España bipolar, prima-hermana y heredera de aquella otra, que hemos creado entre todos -eso sí, unos más que otros- tras treinta años de democracia.
Siempre hemos tendido a abrazar el maniqueismo en esta bendita tierra nuestra, hasta el punto de que quizás sea la seña de identidad más característica de los españoles, por encima incluso de la envidia que aparece grabada en nuestro ADN. La separación entre buenos y malos, los nuestros y los otros sin matices ni escala de grises, el conmigo o contra mí que tanta sangre ha derramado.
Imaginen ustedes ese trastorno, esa bipolaridad, esa mutación de bacterias añejas hasta crear lo que hoy en día conocemos como el estado del bienestar, donde lo políticamente correcto triunfa entre el rebaño y los pastores.
Pues bien, el primer muchacho simboliza la España sin corazón, egoísta, rastrera, racista y sibilina, compuesta por auténticos hijos de la gran puta que no han tenido educación ni conocen el significado de la palabra empatía. Verdaderos imbéciles sin escrúpulos que venderían a su madre por cuatro duros. Si de ellos dependiera, estos energúmenos no sólo expulsarían de Francia y de toda Europa a los gitanos, sino también a negros, musulmanes, homosexuales y a cualquier otra minoría que simbolice un vuelco en sus tradicionales e inamovibles valores cristianos.
Como complemento a este amplio sector de la población nos encontramos a la otra España, la del buen rollito, la del talante, la de bambis trotando por la pradera, la del tol mundo es güeno que decía Manuel Summers, inocentes ante la auténtica naturaleza vil y depredadora de la raza humana. Defensores del todo vale, sin necesidad de leyes para no coartar la libertad del individuo, sin necesidad de esfuerzo ni educación para no reprimir la formación de nuestros jóvenes en los mundos de yupi, sin necesidad de aplicar la justicia, no vayan a tacharle a uno de represor o autoritario. Ya saben, el qué diran y tal.
Y claro, entre unos y otros, así nos va en este país que se siente tan familiarmente cómodo en los extremismos. Y es que no tenemos término medio, oigan, cuando existe una expresión -parece ser que olvidada- en nuestro lenguaje popular que no podría reflejar mejor la absurda locura en la que vivimos: ni tanto ni tan calvo.
Como decía Antonio Machado en uno de sus más conocidos poemas: "Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón". El problema es que hoy en día, una de las dos te hiela el corazón pero la otra te hace hervir la sangre.

La niña del exorcista

Ya hace días que me cruzo con ella en el tranvía, camino del trabajo. Es el último tramo de un trayecto que comienza una hora antes, saliendo de casa con un portazo de resignación. Normalmente intento relajarme leyendo un libro o uno de esos periódicos gratuitos que dejan las manos pringosas de tinta, pero oigan, entre ustedes y yo, resulta imposible. No hay día que no llegue de mala leche al trabajo. O bien me siento frente a dos tías, oye, superguays que lo flipas, o sea, que se cuentan a grito pelado -a pesar de estar separadas tan solo unos centímetros- lo bien que lo han pasado este fin de semana con Borja y Pocholo, o se aposenta a mi lado un chaval con la música del móvil a todo trapo, o -como el caso que hoy les comento- me toca el premio gordo: la niña del exorcista.
No importa si ese día me he sentado en la parte delantera o trasera del tranvía, en el lado izquierdo o en el derecho. La cuestión es que la inocente criatura, acompañada de la mano de su abuelo, me huele cual perro de presa y dando saltitos ya a primeras horas de la mañana -es asombrosa la vitalidad que desprenden los críos en cuanto saltan de la cama- se sienta a mi vera, siempre a la verita tuya.
Ahí es cuando comienza el espectáculo. Las primeras patadas en mis espinillas por parte de sus piececitos que cuelgan oscilantes y sin rumbo fijo no se hacen esperar. Mi mirada abandona entonces las páginas que tratan de evadirme de la cruda realidad matinal, buscando una ayuda en el abuelo que se sienta a su lado, intentando decirle sin palabras, ¡haga algo, por Dios!
Realmente, mi auxilio silencioso obtiene resultados y el abuelo le afea la conducta a la niña, que lejos de amedrentarse ante el toque de atención, desafía a la autoridad competente y se rebela alzándose sobre la butaca. Ante la indomable fierecilla, su abuelo se ve obligado a ponerse duro y agarrándola fuertemente del brazo la sienta de manera brusca, devolviéndola a su posición original. Tales hechos generan consecuencias obvias, en forma de gritos y lloros que duran el resto del viaje. Como ven, un ambiente onírico que invita a la relajación, un día sí y el otro tambien.
Viendo el panorama es cuando me asalta la pregunta del millón. ¿Qué necesidad tiene ese hombre -me refiero al abuelo- de aguantar los caprichos de niña malcriada de su nieta, cuando debiera estar en un parque jugando a la petanca?
El modelo de sociedad capitalista que hemos creado impone a nuestros mayores una esclavitud que no merecen, después de estar toda una vida trabajando. Actualmente, en la mayoría de las familias son necesarios dos sueldos para llegar a fin de mes, y papá y mamá, después de pasar todo el día fuera de casa sin ver a la niña, no van a negarle lo que les pida, claro está, aunque sea la Luna. Darle una educación y unos modales puede esperar. Hay que trabajar las horas que sean necesarias para que a la criatura no le falte de nada, no vaya a ser que se traume y a los quince años nos exija que la llevemos al psicólogo. Nuestra presencia no es tan importante mientras tenga su Wii, psp o ds, y a nosotros nos dé para pagar la hipoteca, cambiarnos de coche o ir de vacaciones a Punta Cana.
Las culpas de este desaguisado, eso sí,deberían estar repartidas. No puede ser que no se acuerden unos horarios laborales más propicios para conciliar la vida laboral con la familiar, que tan solo un porcentaje ridículo de empresas tengan guarderías en los mismos centros de trabajo, que no se concedan unos beneficios sociales y económicos acordes al gasto de las familias y tantas otras cosas que resultan utópicas en este país de mierda. Demandar eso a nuestros políticos es como pedirle peras al olmo, más preocupados como están de ganar unas elecciones que de ayudar con medidas reales y justas a los ciudadanos.
Seguiré soportando a la niña con resignación, porqué de todo se aprende. Al menos, cuando llegue la hora de traer churumbeles a este puto mundo, pensaré en aquella tierna criatura y en su abuelo y trataré de ser fiel a mis principios. Por el bien de todos: familiares y desconocidos que intenten viajar en paz en un tranvía.