martes, 12 de octubre de 2010

Rompan filas y tratados

Lo reconozco, se me ha saltado la lagrimita.
La nueva campaña publicitaria que ha aparecido en los medios de comunicación coincidiendo con el día de la fuerzas armadas del doce de Octubre le toca a uno la fibra sensible. Snif.
En ella podemos observar a una niña negrita sonriendo y con el brazo en cabestrillo, un simpático jubilado y un soldado barbudo con un curioso parecido al príncipe Felipe, mirando al frente. Los tres personajes aparecen -no pasen por alto el bonito detalle- haciendo el saludo militar que tanto envalentona a los uniformados, entre mensajes informativos que destacan el bien que han hecho nuestros soldados a la sociedad durante todo este tiempo. Tengo que admitir que mi favorito es: "Más de 180 intervenciones en incendios, inundaciones y nevadas".
Y claro, ve usted ese anuncio en los periódicos o en la televisión y rediós, le entra la duda existencial. A mí por lo menos me tiene sumido en la indecisión más absoluta. Esto del ejército parece tan divertido y tan chupi que el próximo fin de semana no sé si saldré de fiesta o me alistaré a darlo todo por España y por aquellos que necesiten mi humilde ayuda.
La verdad es que estamos tan acostumbrados a que nos avasallen con publicidad engañosa que cuando tenemos frente a nuestras narices el paradigma del gato por liebre, ni nos damos cuenta.
Tras la profesionalización del ejército durante el gobierdo de Aznar -quién nos lo iba a decir- el déficit de soldados ha sido la tónica habitual durante estos años, a pesar de que se han adoptado medidas para contrarrestar la tendencia, como aceptar el acceso de inmigrantes hispanoamericanos y de Guinea Ecuatorial o reducir el coeficiente intelectual exigido para poder ingresar en las fuerzas armadas. Todo ello, claro está, acompañado año tras año por la campaña publicitaria de alistamiento oportuna.
Campañas en las que nos venden el ejército como una aventura, como un campamento de verano para hacer amiguitos extranjeros y ver mundo, como un sueldo seguro a cambio de repartir juguetitos y predicar entre la población -que lleva años matándose a tiros- que eso de la guerra no está bien, que guerra caca.
Lo que nadie cuenta en esos anuncios es que la realidad de la guerra es otra. Es tan simple como el hecho de que puedes matar o puedes morir, tal y como se ha venido haciendo desde el inicio de los tiempos y se hará, por desgracia, hasta que se extinga la raza humana porque el hombre siempre estará ligado a la violencia, la venganza y la codicia, tres miserables razones que han provocado tantas guerras y tanto dolor a lo largo de la historia.
Nadie muestra tampoco en esos anuncios a los mutilados, los desfigurados, los ensangrentados de pies a cabeza o las condiciones de los campos de refugiados.
El poder nos sigue mintiendo con la más que recurrida excusa de la participación en tareas humanitarias. Si el estado español cree que el papel de nuestro ejército en los conflictos bélicos es el de ayudar a los lugareños, debería replantearse el gasto de millones y millones de euros anuales en armamento por parte del Ministerio de Defensa. A ojos de la población se ha producido un cambio en las funciones originarias de las fuerzas armadas por lo cual se debería hacer desaparecer tal ministerio y crear una institución estatal formada por diversas ONGs, que son las que verdaderamente saben y tienen experiencia en desarrollar ayuda humanitaria a la población necesitada. Sin embargo, eso no será posible mientras los ejércitos sean una rama más del gran árbol del poder y del gran negocio económico de la guerra.
La triste realidad es que el auténtico papel de nuestras fuerzas armadas es bailarle el agua a los grandes poderes económicos y a los Estados Unidos de América, que son quienes crean las guerras para su propio beneficio. Nuestro rol es pasar por el aro de la OTAN o de Naciones Unidas y hacer de simple comparsa tras la invasión de turno o permanecer en lugares donde no somos bienvenidos, y con razón.
Pienso de nuevo en el anuncio e imagino a esa mujer afgana que va a buscar agua a un pozo y se encuentra con talibanes que la quieren poner mirando a la Meca antes de lapidarla por no vestir el burka, o se topa con un par de yanquis uniformados -son igual de peligrosos- que quieren vengar la muerte de su compañero, el cabo Mike Smith, la noche anterior. Y en eso que aparecen nuestros soldados españoles cargados de medicinas, víveres o juguetes y no les queda otra que emprenderla con los malos lanzándoles ositos de peluche. Así acabaremos en este hipócrita país que defiende la alianza de civilizaciones mientras mantiene sus tropas en Afganistán y el Líbano o vende armas a Israel, en este cobarde país que quiere estar presente en los conflictos bélicos pero sin estar, es decir, la puntita nada más y no tiene los cojones de decirle al señor Obama, al señor Ban Ki-Moon o a quien carajo sea: "mire usted, a mi ya me pueden estar borrando".

No hay comentarios:

Publicar un comentario