domingo, 17 de octubre de 2010

¿Por qué mon amour?

Lo que más le enamoró de él fue aquella planta de actor de Hollywood y esa mirada penetrante, cuando sus ojos se cruzaron en un cine de verano. Saltaron chispas al primer instante, ambos pudieron sentirlo.
Volvieron a encontrarse brevemente alguna que otra vez hasta que meses después coincidieron en un baile y por supuesto, él la invitó a bailar un "agarrao". Sus pies se deslizaban por la pista al ritmo de unos corazones que latían silenciando la música. Fue una noche maravillosa. Desde aquel preciso instante ya no se separaron jamás.
El primer beso, tierno, a escondidas en aquel portal bajo la tenue luz de una farola, los abrazos infinitos y dulces, los paseos junto al mar imaginando un futuro próspero y rebosante de felicidad, la pedida de mano y la posterior boda que celebraron en un discreto restaurante familiar. Pequeños pasos que les llevaron a la independencia y al goce de sus almas y sus cuerpos en plena libertad.
Llegaron los hijos, cuatro nada menos, y con ellos las primeras desavenencias. Él no quería que ella trabajara, para poder ejercer ejemplarmente sus obligaciones como ama de casa y criar a los chicos como debe ser. Por aquella época fue, cuando apareció un sábado por la noche, el primero de tantos que vendrían después, borracho y desencajado, despertando a los niños que dormían inocentes. Aquella discusión acabó con sendas bofetadas marcadas en el delicado rostro de ella, que lloró durante toda la noche hasta saciar la rabia que le comía por dentro.
A la mañana siguiente, ya saben, el perdón llamando a la puerta y la afligida abriéndola de par en par. Primero por los niños, más tarde porque le quiero y al final, qué carajo, porque quizás me lo merezco. La manipulación psicológica suele llegar a estos extremos en los que no hay más culpable que la propia víctima.
Y los años pasan y los chicos crecen. Abandonan el nido y hacen su vida mientras ella echa de menos los recuerdos y confirma que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Un sueño le perseguía hacía ya tiempo. Una imagen preciosa, idílica, un cuento de hadas. Él siempre le prometió un viaje a París pero nunca fue hombre que cumpliera sus promesas. En ese sueño repetido se veía paseando junto a los puentes del Sena, bajo un sol anaranjado que trataba de esconderse. Y cada día lo soñó durante meses, añorando al despertar la mágica luz de París, a pesar de que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.
Aquella noche volvió de nuevo apestando a alcohol, pero no lo hizo solo. Portaba su escopeta entre las manos y por primera vez en su vida cumplió una promesa, repetida cientos de veces durante años y llevada por fin a cabo. "Te mataré, te mataré".
Ella recogió aquel cartucho de pólvora entre sus senos como a un hijo que vuelve al hogar tras la batalla, con alivio y alegría. Al fin acababa el sufrimiento y quizás volvería a ver el sol. Mientras se desangraba -inmóvil, observando cómo él se volaba los sesos- se preguntó: ¿Por qué mon amour? ¿Por qué hemos acabado así pudiendo haber sido tan felices?
Ésta podría ser otra de tantas historias que acaban con la muerte de una mujer a manos de su pareja. En lo que va de año ya hemos superado la cifra de mujeres asesinadas durante el 2009. Ante esta lacra que nos golpea, tan solo cabe decir: BASTA YA.

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