jueves, 7 de octubre de 2010

Los amigos ausentes

El pasado fin de semana asistí a una cena de cumpleaños en la que nos reunimos varios amigos, algunos de los cuales hacía días e incluso semanas que no veía. En este sentido, es curioso lo poco que nos exigimos y lo mucho que nos recompensamos. La vida es así de caprichosa y el tiempo nos acerca y separa a su antojo.
Durante el encuentro hablamos de nuestras cosas, ya saben, amores, viajes, libros, películas y tantas otras cosas que nos mantienen vivos ante el futuro incierto que se cierne sobre nuestra generación. Sin embargo, el pasado siempre llama a la puerta y lo hace en forma de historias que habremos oído y explicado cientos de veces -ya tenemos una edad- pero lo volvemos a hacer como si fuera la primera. Y es en ese jodido instante cuando aparecen los amigos ausentes, protagonistas o secundarios de muchos de esos recuerdos que desearíamos revivir con sólo cerrar los ojos.
Están lejos y lo asumimos, pero a pesar de la distancia siguen en nuestro pensamiento.
En esta ocasión, la anécdota es ya lejana -Formentera y una vespa, no diré más- y en ella aparece un amigo que actualmente vive a caballo entre Chile y Méjico, y que ya lleva demasiados años lejos de casa. Nos vemos, con suerte, un par de veces al año, pero siempre que regresa parece que fue la noche anterior aquella en que nos despedimos después de tomar unas cervezas y confesar nuestros anhelos. Ahora mismo, mientras le estoy dando al teclado, juraría que fue hace unas horas cuando nos vimos por última vez y nos reimos hasta la lágrima -ciertamente solemos hacerlo- pero la cruda realidad es que no. La verdad es que se le extraña y que todo ese tiempo perdido nunca se podrá recuperar.
Lo mismo me ocurre con mis amigos del Uruguay, aunque nuestra historia sea más joven y con menos recorrido. La amistad se va alimentando con cada llamada telefónica, con cada e-mail, con cada frase, tecla a tecla, que recorre diez mil quilómetros de un plumazo. Sin embargo, ese sentimiento de vacío en el alma no te abandona ni se olvidan las horas de conversación mirándonos a los ojos, los abrazos que te erizan la piel, las noches entre las dunas, guitarra en mano, bajo el cielo de Cabo Polonio o el mate a cualquier hora y lugar del querido paisito.
Estoy loco por volver, todo el mundo lo sabe. Y hasta que llegue ese momento. lo único que me queda en los bolsillos es la ilusión del reencuentro, sentir esos nervios en el estómago antes del aterrizaje, imaginar una y mil veces ese cálido abrazo en pleno aeropuerto.
Es cierto que nos separan muchas cosas y el tiempo se convierte en enemigo, pero ante el desafío de la ausencia te das cuenta que no basta un océano para silenciar los sentimientos humanos de amistad y fraternidad y que a pesar de lo que digan algunos, la distancia no es el olvido.
Hasta ese día, que más pronto que tarde ha de llegar, maldigo los aviones que nunca tomaremos y los besos que nadie sabe adónde irán a parar.

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