sábado, 16 de octubre de 2010

El águila que nunca duerme

Hay días en que leo los periódicos y me hierve la sangre. Tengo que admitir que me dan ganas de hacerme con una recortada y volarle sus íntimas partes a algún hijo de puta. Pum, pum, y hasta luego Lucas, castrati de por vida.
La mala sangre que me resbala por el colmillo afilado viene provocada por una noticia que vi publicada la pasada semana en el diario Público, en la que aparecía un tipo llamado Josep Anglada presentando su libro -no mencionaré el título para no hacerle publicidad gratuita- en Madrid.
Pues bien, resulta que el tal Anglada -un animal de bellota como el sombrero de un picador- es el líder de un partido político de ultraderecha llamado Plataforma per Catalunya y candidato a la Generalitat en las próximas elecciones autonómicas.
A la presentación acudía lo más granado del facherío nacional, desde periodistas de Intereconomía hasta el secretario general del sindicato Manos Limpias, conocido por interponer varias demandas contra el juez Baltasar Garzón. Quien no pudo asistir, pese a que su presencia estaba anunciada, fue Jesús Neira debido a unos problemas familiares. Una verdadera lástima que no pudiera iluminar a tan distinguido grupo de salvadores de la patria con su verborrea incendiaria.
La presentación se convirtió en lo que todos esperábamos ante tal congregación de fascistas por metro cuadrado. Relamiéndose como perros y animándose unos a otros, la apología del racismo y las proclamas xenófobas camparon a sus anchas, arropados por la libertad de expresión que antes denostaban. "Nos va a tocar a los valientes expulsar a los musulmanes de nuestro país", vitoreaba Anglada. "¡Y a los sudacas!", añadía alguien entre el público entregado.
Parece mentira que podamos escuchar estas palabras de boca de un tipo que pretende regir el futuro de los catalanes. Respiro, al menos, aliviado al pensar que este aprendiz de caudillo obtendrá un porcentaje insignificante en las urnas el próximo Noviembre, sin embargo es preocupante comprobar como este tipo de partidos extremistas van encontrando su espacio dentro del panorama político en época de crisis.
En estos momentos de dificultad es cuando buscamos culpables a nuestros males y claro está, no apuntaremos nuestros dardos cargados de ira contra los bancos, ni contra los políticos ineptos y corruptos que vacían ayuntamientos, ni contra las empresas que aprovechan la situación para llevar a cabo expedientes de regulación, ni contra los sindicatos que se acuerdan tarde y mal de mover ficha, ni contra la puta que los parió a todos. La culpa, por supuesto, la tienen los inmigrantes que nos vienen a quitar el trabajo y si nos descuidamos, la mujer y la casa, que menudos son.
El fenómeno se está expandiendo por el viejo continente, donde los partidos ultraconservadores están rebañando los votos de esa gente que se deja amedrentar por el miedo al extranjero y demás bazofia que vomitan a diario sus representantes políticos, muchos de ellos melancólicos de tiempos pasados en que una cámara de gas hacía el trabajo sucio.
Lo que me resulta difícil de entender es que nuestro país pueda entrar en esa espiral contagiosa y entierre su memoria en un profundo hoyo tan enorme como su estupidez.
Nadie recuerda ya que el nuestro fue durante muchos años país de emigrantes que se marchaban con una mano delante y otra atrás en busca de un mejor futuro para los suyos. Qué lejos ha quedado el hambre y la necesidad en nuestra actual sociedad empachada, engreída cual nuevo rico y desmemoriada. Qué triste comprobar que aún queda gente como Josep Anglada que enarbola la bandera del odio y el racismo, ante lo cual, señor Anglada, lo que me pide el cuerpo es cagarme en sus muertos más frescos y desearle que algún día la vida le obligue a abandonar España y sentir la nostalgia, el desprecio y la humillación en carne propia.

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